jueves, 13 de septiembre de 2018

TOMEQ Y LA DEFENSA DE CHANKILLO. (Versión completa) Autor: Augusto Llosa Giraldo





TOMEQ

Y

 LA DEFENSA DE

CHANKILLO


(Cuento)





Autor: Augusto Llosa Giraldo









Dedicatoria


A nuestros ancestros casmeños que forjaron
nuestra Identidad a través de los tiempos
Inmemoriales.


A Eleazar Moreno Bustos, amigo y compañero de siempre que me acompaña en la travesía literaria.

Y en especial a W.C.C  quien me alentó y 
 le debo esta inspiración.












PRESENTACION


En este relato, se ve el esfuerzo de Augusto por rescatar un acontecimiento que probablemente se halla en los límites fronterizos entre ficción e historia.

Un esfuerzo no en vano, porque este llevara a apuntalar los pilares en los que se asientan los mitos y las leyendas que oralmente perviven en Nuestra querida Tierra.

Es válido también su esfuerzo por constituir este un indicio o un primer paso en la construcción de la historia oral para que éstas sirvan como estímulo hacia la nueva generación de jóvenes casmeños que gustosos quisieran seguir estas dos interesantes disciplinas: la Historia y la Literatura.

En hora buena por Augusto y por Casma, por esta bella reconstrucción de Nuestra historia, haciendo el uso debido de la ficción y del compendio histórico existente.


Eleazar Moreno Bustos







TOMEQ Y LA DEFENSA DE CHANKILLO

El  verdor de la costa norte del Tawantinsuyo volvió a renacer, luego que el ultimo “Fenómeno del Niño” asolará la región, entre los años mil 200 años AC y provocaron el colapso de los Muchiq 600 años después de Cristo y el desplazamiento de los Chimú, luego que sufrieran una terrible y fatídica inundación de sus tierras de cultivo y viviendas, según está escrito en documentos y estudios científicos, que certifican lo vertido, que obligaron a su desplazamiento en grandes masas a lugares distintos y distantes de su lugar.

Tras estas consecuencias volvieron a surgir nuevamente grandes bosques de algarrobos, taras, guarangos, carrizos entre otras especies en donde corrían a su libre albedrio las llamas, alpacas, zorros, vizcachas que mayormente se agolpaban en las ribera de los ríos Sechin y el río Grande y pequeñas lagunas en donde se podían cazar bagres, robalos, camarones en aguas límpidas y pobladas de aves multicolores que a diario llegaban a alimentarse, al igual que llegaban a beber todos los animales que poblaban el monte que aún permanecía alejado e incólume de los seres humanos. 

Este desplazamiento de los Muchiq llevó a  los guerreros venidos del norte en forma    sorpresiva a “asaltar” el hermoso “Templo de Sechin” y cayeran rendidos bajo la tutela de una  mujer guerrera que dirigía las tropas casi sin mayor enfrentamiento fueron vencidos y sometidos bajo la tutela de las tropas invasoras. Impusieron nuevos mandos y directivas que ellos encabezaban. Respetaron al Curaca, y su familia, mientras que a los jefes se les relevó de sus cargos, obligándoles obediencia a su jefa que se apostó en el templo junto a sus jefes que formaban parte de la corte, obligando a sus guerreros a tomar  las mujeres que quisieran y hacerla su mujer aunque sea a la fuerza. Solo bastaba que le gustara para cometer la tropelía.

Esta ocupación no duró mucho tiempo, porque sucedió lo que ellos preveían. Llegaron tropas de guerreros poderosos provenientes del Imperio Chimuq ubicados más al norte que habían avasallado a los Muchiq, quienes en base al dialogo los conminaron a rendirse y así fue, se evitó el derramamiento de sangre y en forma pacífica tomaron el control de todo el valle. Fruto de esta fusión  racial nació una nueva estirpe de guerreros que sometieron a todos los seres humanos que habitaron estas tierras calientes de esta parte norte del Tawantinsuyo, y se preparaban para resistir lo que ya ellos ya sospechaban por información recibida de viajeros provenientes del sur de la existencia de un poder más grande y avallasador como eran el poder de los Incas, que desde el Qosqo  extendían su magnánimo poder hacia el norte, y pretendían  someterlos al poder del imperio más grande jamás construido en la  parte sur del nuevo Continente.

Eran tiempos muy difíciles para todos. Ni los vencedores podían estar seguros de haber alcanzado el triunfo porque poco tiempo les duraría el dominio del valle y las comarcas contiguas ya que  conocían que sus fuerzas eran pequeñas comparadas con las fuerzas provenientes del sur y se encontraban al acecho por un poder superior que miraban en dirección al norte, y solo era cuestión de tiempo para tenerlos cerca. Lo único que tenían  que  hacer era  prepararse para la guerra que era inevitable para sobrevivir o perecer en su intento. Tomaron la primera opción y como tal, todos sus esfuerzos se dieron a defender su territorio cueste lo que cueste.

En Paramunqa se encontraban descansando las tropas del poderoso ejército Inca al mando de Túpac Yupanqui, el Auqui,  hijo del Inca Pachacuti que venía desde el lejano Qosqo a conquistar las “tierras calientes” del norte del Chinchaicocha. El Inca Túpac Yupanqui conocía desde ya la existencia de un pequeño reino llamado Sechin por intermedio de sus agentes de avanzada que sigilosamente vigilaban desde puntos estratégicos al enemigo que debían enfrentar.

Era primavera tiempo de escases de agua en la costa norte del Tawantinsuyo, todavía los ríos no acechaban con “Huaycos” ni se sobrecargaban de agua, mejor tiempo no podía haber para proceder a la toma del lugar. Primero el hijo del Inca ordenó que un número considerable de hombres y mujeres se dirigieran al valle de Sechin para conminarlos a una rendición pacifica, como era costumbre de los incas. Les ofrecían  el respeto a sus dioses, a sus autoridades, siempre y cuando los dejaran gobernar a ellos. En caso contrario los tomarían por la fuerza de las armas con la consiguiente destrucción que ello implicaba.
Llegaron al valle en un recorrido que les tomo dos días y medio de camino. Fueron alrededor de cinco mil hombres, mujeres y jóvenes que llegaron en son de paz,  bien  ataviados con sus uniformes de colores, portando su bandera de siete colores y  entonando canciones guerreras, con bailes y comparsas entonadas por pututos, tinyas y zampoñas que literalmente asustaron a los lugareños. Les ofrecieron Chicha, panes y regalos a los jefes con quienes se entrevistaron. El recibimiento fue frio y sin respuesta a su requerimiento. Se tomaron varios días para saber cuál era la decisión final de los lugareños.



Era el quinto día que el jefe Apusquipays recibió muy temprano en su tienda militar la presencia de una delegación de cinco jefes Chimuq, al mando de Tomeq, un joven guerrero que era el interlocutor válido para esta tratativa. Luego de los saludos de rigor, Tomeq tomó la palabra en su Lengua Quingnam (*), que por intermedio de un traductor inca escuchaba sentado en un taburete atento el jefe Inca. Terminada su alocución esperaron atentos la respuesta que fue un tajante!: (No)! Se levantó el Apusquipays, y con la mano en alto les dijo !Haua!!! (Fuera). Salen presurosos los guerreros con Tomeq al frente y se dirigen a sus huestes que los esperaban fuera del templo, dialogan y terminan lanzando arengas de lucha y se retiran con destino desconocido.

Se había agotado el único  dialogo de paz entre las partes, y lo  que tuvo  que hacer  el jefe guerrero Inca era enviar de inmediato a un Chasqui con la comunicación verbal y en las trenzas del quipus en donde iba toda la información numérica de las tropas y demás datos que le interesaba al Auqui y su alto mando acantonado en la fortaleza de Paramonqa.

En este discurrir de tiempo Tomeq y sus hombres que conformaban el ejército regular del Reino de Sechin comenzaron sus preparativos de inmediato  para la lucha frontal que deberían sostener en cualquier momento con el ejército Inca que se encontraba en su territorio. Sus tropas se concentraron a los alrededores de la Fortaleza de Chankillo en donde se instalaron  campamentos bastante precarios de unos 8,000 hombres y mujeres que estaban dispuestos a dar la pelea final. Tomeq y sus jefes guerreros se concentraron en el torreón de la parte alta de la fortaleza, desde donde divisaban no solo el amanecer del nuevo día  sino la puesta del sol, y las hermosas y despejadas noches de plenilunio, por cada uno de las 13 torres que se divisa a lo lejos y  por donde salía el sol   que los obligaba a la reflexión. Sus conversaciones diarias se centraron en este tema que les remordía la conciencia lo que para ellos significaba conservar sus monumentos, sus dioses sus tradiciones, sus costumbres, la vida de su gente que de ellos dependía, la vida o la muerte. Eran conscientes de lo que les había expresado el jefe guerrero Inca, de no rendirse no quedaría nada en pie    De igual manera las tropas Incas se retiraron hacia la bahía del mar, teniendo que pasar por un estrecho camino que se abría paso en medio de una floresta agresiva y salvaje. Las tropas tuvieron que sortear uno de los parajes más enrevesados que les tocó vivir en casi todo el recorrido hasta este momento.

Este desplazamiento desconcertó a Tomeq y sus tropas que se comunicaban por intermedio de vigías apostados en los altos de los cerros adyacentes, no entendían el porqué de este desplazamiento  de las tropas del Auqui Túpac Yupanqui, algunos creían que se retiraban de la lucha para continuar su desplazamiento hacia el norte, otros dudaban, en tanto que las tropas locales se mostraban inseguras.

No habían pasado ni dos días cuando al amanecer la pequeña comarca comenzó a escuchar desde muy temprano el estruendo  de  voces de mandos de  tropas de militares, conjuntamente con el sonido característico de las piaras de llamas que portaban alimentos  enseres de cocina, agua  y leña  que llegaban al valle, eran más de veinte mil hombres, mujeres y jóvenes que  al mando del Auqui, hijo del Inca llegaban para apoderarse de estas tierras por las buenas o las malas. El primer día descansaron, no hubo mayor movimiento de tropas, salvo de los cocineros y los jóvenes que descargaban los alimentos y los enseres de cocina y preparaban el  alimento  para  las tropas del ejército y otros que traían el agua fresca del rio para que el Auqui soberano se diera un buen baño luego de a travesar con sus tropas el terreno desértico que cubrieron en tan solo dos días de Paramonqa hasta Sechin. Esa noche le prepararon pescado fresco y mariscos traído desde la mar esa misma tarde por los chasquis que cada hora corrían de ida y vuelta entre el mar y los altos del Manchan en donde se habían acantonados las tropas incas.

Al día siguiente el Auqui Túpac Yupanqui en persona ordenó el inmediato traslado de toda la tropa al lugar ubicado en el valle de Yautan, que media unas horas hacia el este del valle, hacia donde se dirigieron de inmediato sin tener contacto alguno con sus enemigos. Se adentraron por una senda que corre paralelo al Rio grande en donde por orden el Auqui las tropas se dieron un gran baño en las frías aguas del rio. Luego del reparador baño continuaron la travesía hasta llegar en la tarde al lugar conocido con el nombre actual de Jaihua en donde se establecieron en forma pacífica las tropas, causando sorpresa entre los lugareños que solo atinaban a saludar con aparente miedo con las manos o haciendo gestos de sorpresa en sus rostros.  Era una zona amplia en donde se establecieron y en la parte alta había una planicie llena de verdor, y en la parte baja corre un pequeño  río con bastante agua, leña, y sembríos de maíz, camote, yuca, que satisfizo  al Auqui y su corte que lo acompañaba. El Auqui Yupanqui estaba dispuesto a tomar acciones militares de inmediato pero no lo hizo porque el lugar donde se establecieron como es el Manchan no le garantizaba el factor sorpresa, que casi siempre usaban para evitar el menor costo posible de vidas humanas en las batallas que entablaban.

Tomeq, y sus tropas estaban sorprendidas por este accionar de las tropas incas, no entendían la estrategia que querían ejecutar en el aspecto militar, por lo pronto ya se encontraban rodeados de dos destacamentos demasiados grandes para ellos cuyas tropas no alcanzaban ni la cuarta parte frente al enemigo  que lo tenían prácticamente cercado, muy a pesar que sus hombres y mujeres estaban dispuestos a sacrificarlo todo. No  le tenían miedo a la superioridad, sino a la estrategia que iban a emplear las tropas invasoras. No sabían por dónde iba a comenzar el combate.

El joven guerrero Tomeq, hijo de la mujer Muchiq que tomó el poder  a la fuerza y por sorpresa , nació fruto de la unión con un joven guerrero el más aguerrido de la comarca, conforme alcanzó la  mayoría de edad logró el liderazgo  a fuerza de mucho talento y destreza   lo llevó entre los suyos a destacar y tomar el mando  de toda la comarca luego de la muerte de su madre, era un hombre fornido y bien parecido, con una humildad puesta a prueba en muchas ocasiones  como pocas veces visto en estos lares. Era un líder indiscutible entre los suyos, adorado  y bien respetado en el pequeño reino Sechinense.


Por orden del Auqui Túpac Yupanqui primero atacarían las tropas acantonadas en la mar para luego aplastar con su poderío el ejército inca que ingresarían en el momento más oportuno para hacerse del poder total del valle. La fecha indicada para el ataque era el décimo quinto día, mientras tanto por orden del Auqui los soldados comenzaron a desviar las aguas del rio Grande hacia un lugar despoblado que era propicio para contener el agua por un tiempo definido, que se encuentra en Poctao, dejando sin agua toda la parte baja del valle. En la madrugada del quinto día, el Auqui Túpac Yupanqui se despertó sobresaltado, había soñado a su amada esposa Mama Ocllo que lo llamaba entre besos y sonrisas cautivas. Preocupado de inmediato  al amanecer  convoca a sus generales y asesores más cercanos para comunicarles lo que había soñado y les pide que puedan interpretarlo para saber si es bueno o malo dicho sueño.  El escucha con atención y  les pide sus conclusiones. Murmuran entre ellos y al final le señalan que el sueño  significaba  que habrá una sorpresa agradable para ellos en el trascurso de la guerra que emprenderán muy pronto. El Auqui entre sorprendido y más animado les comenta que les cree qué y así será. Había recuperado el ánimo y personalmente se dirige a verificar los trabajos de represamiento y desvío de las aguas del río Grande que ya estaba a punto de concluir. La manos laboriosas de los soldados incas habían tapiado el cauce del rio con grandes piedras, pajas y tierra que prácticamente hizo que se represara las aguas y  no filtrara una solo gota de agua cuesta abajo. El trabajo lo ejecutaron es solo dos días de  tesonero  esfuerzo bajo un sol abrazador que fue amainado con chicha de jora fresca, un buen baño en las aguas del rio y un almuerzo opíparo de carne de taruca que cazaban los más diestros cazadores de especies animales que integraban el ejército Inca y cuyo trabajo era proveer de carne fresca  al Auqui y su ejército que lo  acompañaba y debían obediencia.

Las primeras secuelas que comenzaron a sentir las tropas del guerrero Tomeq, fue la falta de agua en el cauce del rio Grande. Éste se había secado sorpresivamente y apenas se podían mantener con las aguas provenientes de pequeñas filtraciones que existían en algunos lugares distantes de la zona. Esta mala noticia los tomó por sorpresa y sabían que habian sido engañados por los invasores Incas. Lo que motivó a que sus necesidades de agua sean restringidas para todos, fue la orden de Tomeq para mantener la calma y estar dispuestos a luchar hasta el final. Pasaban los días y el agua era más escasa ya, los ánimos comenzaron a decaer y  a surtir efecto en las tropas lugareñas. La falta de agua era el factor determinante que hizo que Tomeq  reuniera de emergencia a sus generales más leales y discutieran    que hacer ante esta situación que se presentaba. No tuvieron otra alternativa que tener que ceder ante el enemigo que los había  atrapado, y dejado en un callejón sin salida, o permitir  ser avasallados  inmisericordemente por el ejército ocupante. Eran conscientes de lo que ello significaba, había que salvar vidas, sobre todo de sus niños, mujeres y jóvenes que nunca habian contemplado la presencia de un ejército superior muchas veces a ellos.  Pero aquí se presentó el dilema, cómo llegar ante el Auqui, hijo del Inca que se encontraba en Jaihua, que decirle? Ese fue el detalle que tuvieron que discutir por varias horas, ya que recordaban que   habían rechazado la propuesta que el jefe Apusquipays les hizo llegar, y como tal era evidente el rechazo del Auqui, hijo del Inca que ahora se encontraba presente en persona,  antes de tomar esta   dramática decisión   los hombres de Tomeq juraron que se harían respetar y a le vez cuidar la vida de su gente que confiaba en ellos.

El décimo cuarto día, muy de madrugada encaminaron su salida un grupo de guerreros al mando del joven Tomeq, eran en total 33 personas entre hombres y mujeres jóvenes  que conformaban la comitiva e iban en busca de la ansiada entrevista con el Auqui como último recurso para salvar su existencia y la de sus ancestros de una derrota sangrienta y apabullante que nadie quería en estas circunstancias. El viaje  no lo hicieron por el camino que bordea el valle del rio Grande, sino por el terreno desértico que viene por el lado de Pampa Colorada. Aprovecharon la madrugada para caminar presurosos con la moral en alto, y dispuestos a convencer al Auqui que estaban dispuestos a conversar, dialogar para llegar a un acuerdo final de convivencia pacífica entre las partes. Al llegar a Cruz Punta al mediodía  le salieron al paso un destacamento Inca que les impidió el paso. Tuvieron que identificarse y ser conducidos por ellos ante el campamento Inca que se ubicaba en la parte baja del valle, ni bien llegaron los detuvieron por espacio de  dos  hora, hasta que llegó  la orden y fueron conducidos por los asesores del Auqui  ante la presencia del soberano quienes les indican en el trayecto que no le podían ver de cerca la cara  y menos tocarlo. Muy cerca los esperaba el Auqui Túpac Yupanqui  quien majestuoso vestía sus mejores trajes de fina lana de alpaca, con hilos de colores y su yacolla (capa) y  en su mano derecha portaba la borla amarilla o mascaipacha como señal de autoridad, su semblante denotaba tranquilidad quien muy diligente los esperaba en una ramada especialmente  acondicionada para este encuentro.  Antes de acercarse  ante la presencia del Auqui la comitiva se arrodilla con la cara mirando al suelo, con las manos extendidas y comienzan a llorar en señal de dolor, de respeto hacia el Auqui que desde unos veinte metros los observa complaciente. En ese momento se le acerca uno de sus generales y le indica al Auqui que este gesto que presenciaba era lo que el sueño premonitoriamente le había  indicado la noche anterior, y debía cumplirse.

El Auqui se pone de pie  y hace un gesto de indulgencia con la mano,   y se dirige hacia ellos quienes no se atreven a levantar la cabeza, los observa unos minutos y les dice:

¡Hijos, levántense, les perdono la vida y no serán avasallados!!!... Levántense ¡!! Les ordena…Conversemos

Da la vuelta y regresa a su lugar y se sienta en La tiana, en tanto que los guerreros Sechinenses comienzan a ponerse de pie lentamente, de inmediato un grupo de asistentes del Auqui les alcanzan agua para lavarse la cara y unos paños de lana para  que se sequen la cara, ya más tranquilos, se sientan en el suelo y comienzan a sacar de sus bolsos que portaban, panes de maíz, tortillas de huevos de tórtolas,  jaleas de algarrobo, pacaes, guayabos, y joyas de oro confeccionados con esmeraldas y otros gemas, todas bien cubiertas con mantos de fino algodón. Además  les dijeron a sus asesores y traductores que ellos les traían a las  mujeres jóvenes más bellas de su comarca  para que puedan  ser mujer de sus hombres que desearan, y el mismo Tomeq estaba dispuesto a incorporarse al ejército Inca con tal que no toquen a nadie de su gente y sean respetados.
De inmediato los asistentes  le llevan los presentes al Auqui y le comunican la decisión del Jefe guerrero Tomeq. El Auqui entre sorprendido y alegre le dice al asistente que lo traiga ante su presencia al joven guerrero, éste de inmediato es conducido ante la presencia del soberano, quien al llegar se postra de rodillas y agacha la cabeza. El Auqui lo observa y le agarra la cabeza en señal de aceptación y respeto. Tomeq, tiembla de emoción, las lágrimas le caen por su rostro y no atina a decir nada. Uno de sus asistentes del Auqui lo levanta y lo lleva hacia su grupo. Se hace un silencio que de pronto se rompe cuando son llevadas las jóvenes hacia el lugar en donde se encontraban los guerreros incas solteros y el propio Auqui les ordena que escojan a su criterio. Cada uno de los guerreros de más alta jerarquía toma a cada una de ellas y la hace suya. En tanto que a Tomeq le presentan a una hermosa joven hija de uno de los guerreros más sobresalientes  para que la haga su  mujer. El  acepta y la coge de la mano, en tanto que el Auqui observa todo lo acontecido y ordena se haga una cena para refrendar la Paz y la incorporación de esta comarca a los designios del Imperio de los Incas.

Esa noche fue esplendorosa  a la luz de la luna, y brillaba de sobremanera la noche con inmensas fogatas que se prendieron en las inmediaciones de los cerros y del recinto en donde pernoctaba el Auqui en señal de alegría y festejo, hubo una cena, acompañada de música y bailes que alegraron la fiesta, y se bebió chicha de jora hasta el amanecer. La noticia corrió como reguero de pólvora en todo el valle, los Chasquis corrían llevando la feliz noticia  que pronto llegaría a Chankillo en donde se llenaron de júbilo y alegría.   Esa noche Tomeq estuvo junto a la joven  qosqueña en la cena que les ofrecía el Auqui, quienes fueron el centro de atención de la reunión. Al día siguiente descansaron hasta el mediodía, hasta que una comitiva del Auqui llego  al aposento de Tomeq con quienes conversaron y le señalaron que irían a Chankillo para comunicar oficialmente la decisión del Auqui Túpac Yupanqui. Como tal enviaron con un chasqui un mensaje urgente a los jefes interinos del reino Sechin, para que se prepararen un gran recibimiento al Auqui que llegaría al mediodía del día siguiente con Tomeq a su lado.

Al amanecer  del segundo  día los preparativos alcanzaron su mejor esplendor cuando las aguas del rio Grande llegaron al valle y nuevamente se recobró el usual trajín diario de hombres y mujeres pero esta vez con un ingrediente especial, recibirían al mismo Auqui quien pretendió conquistarlos.  La fuerza de cientos de miles de hombres y mujeres se concentró en los detalles del recibimiento: La comida, el decorado de las viviendas,  las bebidas, la fiesta y demás gestos de alegría que acompañarían este inusual evento nunca antes presenciado por los lugareños. El trabajo fue arduo y  agotador: al terminar la tarde todo había quedado expedito, reluciendo y cada cosa en su lugar, por ejemplo se había regado con agua toda  la explanada continua a la fortaleza en donde se llevaría a cabo la ceremonia principal, se habían colocado banderines alusivos a la comarca, se amarraron los allqus para que no perturben la ceremonia, todos lavaron muy  sus mejores trajes en las aguas del rio, etc.

Amaneció  el nuevo día con un sol radiante, esplendoroso que presagiaba un buen día para todos, al promediar las siete de la mañana ingresó un primer grupo de avance, integrado por  cocineros, cazadores, músicos y todo el personal de servicio que portaba el Auqui, luego llegó el segundo contingente que se había acantonado en la mar, y al promediar las once de la mañana ingresó victorioso el Auqui Tupaq Yupanqui en su anda portátil, vestido con sus mejores trajes de gala y la indumentaria oficial que portaba, al mando de más de quince mil hombres  que lo acompañaban en este periplo conquistador, la gente al observar el paso magnánimo y marcial de los soldados del ejército inca, lo único que les quedó es reverenciar y aplaudir el ingreso del Auqui y su inmenso ejército que copó la explanada de Chankillo, se colocaron en el lugar señalado, el Auqui descendió de su anda y tomo asiento en un gran taburete confeccionado por ellos para recibir al Auqui benevolente. Tomeq también toma asiento al lado del Auqui, quien para ganarse la confianza de los conquistados el Auqui se pone de pie, abraza a Tomeq y le levanta la mano derecha en señal de amistad, de conformidad, ante los miles de soldados de ambos bandos que observaban este acontecimiento, y estallan en una inenarrable escena conmovedora que a todos los conquistados los lleva a arrodillarse en señal de respeto y  aceptación a su Poder real. Seguidamente un grupo de soldados incas al mando de un jefe Apuisquipay llevan a la doncella  escogida por Tomeq para que sea el propio Auqui quien consagre la unión marital entre Tomeq y su bella esposa. El Auqui les toma de la mano a los dos: hombre y mujer, pronuncia unas palabras en quechua, levanta la mirada al sol radiante, y luego deja que ambos se abracen, luego Tomeq le levanta la mano a su esposa y grita unas arengas de alegría y respeto por haber alcanzado la supervivencia que como victoria era para ellos. Luego se arrodilla ante el Auqui y lo reverencia hasta que el propio Auqui le da la mano y se levanta. En seguida se escucha una estruendosa  ovación generalizada que proviene de los dos ejércitos y la población que espectaba esta ceremonia nunca antes realizada en estas tierras.

Lo que sucedió después dejó recuerdos memorables que aún perduran en el tiempo. Tomeq, sería nombrado a  partir de la fecha como nuevo Apunchic de toda la región bajo el mandato del Inca Pachacuti, quien desde el Qosco regia los destinos del gran Imperio de los Incas.





                                                                       Fin





miércoles, 29 de agosto de 2018

UN FANATICO. Autor: Ricardo Palma



XXVII.



RICARDO PALMA (“Tradiciones Peruanas”)




UN FANÁTICO






El Subprefecto de Casma,. D. Jose Maria Terry paso a la autoridad superior, con fecha 18 de Abril de 1848, un oficio que impreso, se encuentra en El Comercio, de Lima, correspondiente al sabado 6 de mayo. Sobre tan irrecusable documento basamos este articulejo.



Era la Cuaresma del año 1848.

En todos los pueblos del Departamento de Huaraz los curas predicaron sobre el pecado y el infierno y sus horrores sermones tan estupendos, que a los indios sus feligreses se les ponía los pelos de punta. La raza indígena es de suyo propensa a creer en los suplicios materiales con que diz que son afligidos en el otro mundo los que no anduvieron derechitos en este de lagrimas y zaguaraña. Ademas el indio es eminentemente fanático. En punto a religión tiene la fe del carbonero, y acoge como verdad evangélica cuanta paparrucha sale de los labios, no siempre bien inspirados, del taita cura.

Tal fue el efecto de las platicas en aquella Cuaresma, que apenas si se daban abasto los párrocos para confesar penitentes, y unir con el lazo del matrimonio a muchas medias naranjas que estaban en camino a pudrirse y de servir de almuerzo al diablo. amen, amen se gana el Edén.

Ocurriole una tarde al cura de Yautan predicar sobre San Lorenzo y su martirio, e hizolo con tanta unción y elocuencia, que a uno de sus oyentes se le enclavó la convicción de que solo muriendo como el santo de las parrillas, iría sin pasar por mas tramites, adunas ni antesalas, vía directa y como por ferrocarril a la gloria eterna.

Era el tal un moceton de treinta años, que en los arrabales de Yautan habitaba una choza próxima a un bosquecillo. Oído el sermón, fuese paso a paso a su albergue, sacó una cruz de madera que alli tenia, y con ella a cuestas dirigiose al bosque.

Algunos de sus vecinos que lo tenían en concepto de maniático, lo siguieron por curiosidad, y ocultos y entre las ramas del bosque pusieronse a espiarlo. Después de clavar la cruz en el suelo, empezó el moceton a hacinar leña, prendiole fuego, doblo las rodillas y estuvo gran rato en oración. Derrepente, y cuando la llamarada era mas activa, se puso de pie y se precipito en la hoguera, exclamando: “!San Lorenzo, me valga!”

Los curiosos vecinos corrieron a liberarlo. Llegaron tarde. El pobre fanático había conseguido morir achicharrado como San Lorenzo.




lunes, 9 de julio de 2018

TOMEQ Y LA DEFENSA DE CHANKILLO. Autor: Augusto Llosa Giraldo



TOMEQ Y LA DEFENSA DE CHANKILLO




El  verdor de la costa norte del Tawantinsuyo volvió a renacer, luego que el ultimo “Fenómeno del Niño” asolará la región, entre los años mil 200 años AC y provocaron el colapso de los Muchiq 600 años después de Cristo y el desplazamiento de los Chimú, luego que sufrieran una terrible y fatídica inundación de sus tierras de cultivo y viviendas, según está escrito en documentos y estudios científicos, que certifican lo vertido, que obligaron a su desplazamiento en grandes masas a lugares distintos y distantes de su lugar.

Volvieron a surgir nuevamente grandes bosques de algarobos, taras, huarangos, carrizos entre otras especies en donde corrían a su libre albedrio las llamas, alpacas, zorros, vizcachas que mayormente se agolpaban en las ribera de los rios Sechin y el rio Grande y pequeñas lagunas en donde se podían cazar bagres, robalos, camarones en aguas límpidas y pobladas de aves multicolores que a diario llegaban a alimentarse, al igual que llegaban a beber todos los animales que poblaban el monte que aun permanecía alejado e incólume de los seres humanos. 

Este desplazamiento de los Muchiq llevó a que los guerreros venidos del norte asaltaran el “Templo de Sechin” y cayeran rendidos bajo la tutela de una  mujer guerrera que dirigía las tropas casi sin mayor enfrentamiento fueron vencidos y sometidos bajo la tutela de las tropas invasoras. Impusieron nuevos mandos y directivas que ellos encabezaban. Respetaron al Curaca, y su familia, mientras que a los jefes se les relevó de sus cargos, obligándoles obediencia a su jefa que se apostó en el templo junto a sus jefes que formaban parte de la corte, obligando a sus guerreros a tomar  las mujeres que quisieran y hacerla su pareja aunque sea a la fuerza. Solo bastaba que le gustara para cometer la tropelía. 

Esta ocupación no duró mucho tiempo, porque sucedió lo que ellos preveían. Llegaron tropas de guerreros poderosos provenientes del Imperio Chimuq que había avasallado a los Muchiq, quienes en base al dialogo los conminaron a rendirse y así fue, se evitó el derramamiento de sangre y en forma pacífica tomaron el control de todo el valle.

Eran tiempos muy difíciles para todos. Ni los vencedores podían estar seguros de haber alcanzado el triunfo porque conocían o tenían información que más allá de las fronteras alcanzadas al sur,  se encontraban asentadas  fuerzas poderosas que miraban en dirección al norte, y solo era cuestión de tiempo para tenerlos cerca. Lo único que debían hacer es prepararse para la guerra que era inevitable para sobrevivir o perecer en su intento. 
En Paramunqa se encontraban descansando las tropas del poderoso ejército Inka al mando de Tupaq Yupanqui, hijo del Inka Pachacuti que venía desde el lejano Qosqo a conquistar las “tierras calientes” del norte del Chinchaycocha. El Inka Tupaq Yupanqui conocía desde ya la existencia de un pequeño reino llamado Sechin por intermedio de sus agentes de avanzada que sigilosamente vigilaban desde puntos estratégicos al enemigo que debían enfrentar.

Era primavera tiempo de escases de agua en la costa norte del Tawantinsuyo, todavía los ríos no acechaban con “Huaycos” ni se sobrecargaban de agua, mejor tiempo no podía haber para proceder a la toma del lugar. Primero el hijo del Inka ordenó que un número considerable de hombres y mujeres se dirigieran al valle de Sechin para conminarlos a una rendición pacifica, como era costumbre de los inkas. Les ofrecían  el respeto a sus dioses, a sus autoridades, siempre y cuando los dejaran gobernar a ellos. En caso contrario los tomarían por la fuerza de las armas con la consiguiente destrucción que ello implica. 

Llegaron al valle en un recorrido que les tomo dos días y medio de camino. Fueron alrededor de 5,000 hombres, mujeres y jóvenes que llegaron en son de paz,  bien  ataviados con sus uniformes de colores, portando su bandera de siete colores y  entonando canciones guerreras, con bailes y comparsas que literalmente asustaron a los lugareños. Les ofrecieron Chicha, panes y regalos a los jefes con quienes se entrevistaron. El recibimiento fue frio y sin respuesta a su requerimiento. Se tomaron varios días para saber cuál era la decisión final de los lugareños.

Era el quinto día que el jefe Apusquipays recibió muy temprano en su tienda militar la presencia de una delegación de cinco jefes Chimuq, al mando de Tomeq, un joven guerrero que era el interlocutor válido para esta tratativa. Luego de los saludos de rigor, Tomeq tomó la palabra en su Lengua Quingnam, que por intermedio de un traductor escuchaba sentado en un taburete atento el jefe Inka. Terminada su alocución esperaron atentos la respuesta que fue un tajante: !Manan (No)!!!. Se levantó el Apusquipays, y con la mano en alto les dijo !fuera!!! (Haua)!!!. Salen los guerreros con Tomeq al frente y se dirigen a sus huestes que los esperaban fuera del templo, dialogan y terminan lanzando arengas de lucha y se retiran con destino desconocido. 
Se había agotado el ultimo dialogo de paz entre las partes, y lo único que le quedaba al jefe guerrero Inka era enviar de inmediato a un Chasqui con la comunicación verbal y en quipus en donde iba toda la informacion numérica de las tropas y demás datos que le interesaba al Inka y su alto mando acantonado en la fortaleza de Paramonqa...


Continuará...

martes, 12 de junio de 2018

DESPIERTO ENTRE LAS ALAS DE UN SUEÑO. Autor: Rogger Marttini



Despierto entre las alas de un sueño.



Sueños despiertos

Que acarician el rostro, a través de la mirada de un sol desbordante en la cima de un horizonte, reflejo que cruza entre las nubes de un deseo inquebrantable frente a las sombras de un vaivén de incertidumbres que se van disminuyendo cuando la mirada se desvía y cruza las líneas del tiempo.

Sueños despiertos,

Que nunca se acaban y persisten en la orilla de un océano de oportunidades que poco a poco se van sumergiendo en la profundidad de una meta alcanzable, volviendo a flote cada que los pensamientos se vuelven infinitos y se hacen mucho más fuertes.

Sueños despiertos,

Que cubren con amor un sentimiento, poderoso como la razón de la luz que alumbra un nuevo comienzo, centro de energía que atrae al viento y hace vibrar cada que el vuelo se hace más alto y toca un cielo que nadie aun ha tocado.

Sueños despiertos,

Que rompen barreras y esquemas y alcanzan las estrellas en un mundo donde solo brillan los que cuentan con luz propia y van creando un universo único e incomparable con recursos con los que fueron bendecidos solo los que han sido elegidos.

Sueños despiertos,

Que van creando arte cada que los sonidos son pintados de colores cuando se plasman recuerdos que seguirán siendo escritos cada que la armonía estimule los movimientos artísticos de un cuerpo.

Sueños despiertos,

Que desafían a la eternidad de la física y de la cuántica leyes como la gravedad que se mantienen intactas aun cuando el cronometro se encuentra a medias y la alquimia no ha alcanzado su máximo grado de sabiduría perfección dentro de la imperfección que hacen que aun los números impares no llegan a ser perfectos.

Sueños despiertos,

Que seguirán vigentes en el alfa y el omega, el principio y el fin, sueños que no se detienen ni siquiera cuando los ojos se encuentran cerrados, sueño despiertos que perduraran por siempre en las líneas del tiempo y en las alas del viento.



Autor:




Nota:

Rogger Daniel Gutierrez Marttini, es un joven casmeño. Tiene  04 años viviendo en Lima, formándose  como dramaturgo y guionista cinematográfico, En la actualidad se  encuentra en el desarrollo de su primer libro.











lunes, 11 de junio de 2018

YAUTAN.- POR: JULIO ORTEGA


YAUTAN
Por: Julio Ortega

El pueblo de mis padres está a una hora lenta y sobresaltada de Sechín.


Por el camino pedregoso, entre la alta maleza cálida, fui de chico varias veces con ellos a visitar a los parientes de Yaután, a los compadres de Huanchuy, a los amigos de Pariacoto, antes de Huaraz. Las paltas grandes y redondas, de pulpa cremosa, brillantes como piedra a la vista, y al tacto tiernas, habían hecho la prosperidad de la familia paterna. Años después una plaga destruyó los paltos (¡toman tanto tiempo en dar fruto!, protestaba mi padre, incrédulo) y el pueblo languideció, abandonado por los más jóvenes.

Yo prefería los árboles del mango, solitarios y perfumados, a pesar de los insectos torpes en la miel; y era capaz de distinguir el manzano, el limonero, el naranjo. Mi fruta favorita era el pacae, cuyas pepas de pulpa afelpada son de una dulzura liviana. En los huertos de los tíos y primos había también granadas y uvas; y el mejor árbol para trepar en él: la higuera alta y boscosa, donde nos balanceábamos comiendo higos amarillos y morados, que reventaban entre los dedos.

Los muros de Chavín estaban perdidos entre pedriscales y la vegetación hirsuta. De chico, había enmudecido ante esas paredes donde el calor parecía acumularse. El muro agonizaba bajo el sol, y su dibujo semejaba una herida. Yo sabía que éstas eran las ruinas –como se les llamaba en el pueblo –de los "gentiles;" pero la huella del color, la porosidad del dibujo erosionado, me fueron más intrigantes que el dibujo original, que su explicación histórica.

Ese dibujo era una herida, y auscultarla producía una intimidad incómoda. Como si la misma tierra mostrase la cicatriz de su origen.

Mi padre, que advirtió mi inquietud, me explicó con detalle la historia escolar de Chavín de Huantar.

Más tarde, mi madre me contó que mi padre había poseído una colección de ceramios preincaicos del lugar. Los peones le traían huacos de todas partes, contó ella, y tu papá se los compraba. Nos hemos encontrado este huaco en la sementera, decían los campesinos, en el castellano más dulce de la sierra peruana, y él les daba unos soles a cambio. Cuando Julio C. Tello, el gran arqueólogo peruano, visitó la zona a fines de los años 30, mi padre lo recibió y guió en las ruinas. En su tratado sobre el área de Chavín, el arqueólogo menciona entre sus informantes al gobernador de Yaután, mi padre.  No consigna, en cambio, algo que él me contó: Tello le elogió su colección de ceramios y él lo invitó a escoger la pieza que más le gustase. He visto a mi padre en esta clase de gestos que lo definen, y puedo entender que Tello, abrumado, se excusara; pero mi padre insistió y el arqueólogo aceptó llevarse una.  Más tarde, con el mismo desapego, mi padre daría por perdida su colección. Desapareció, dijo, queriendo decir que algunos parientes cargaron con ella cuando él empezó a viajar a la costa, pero que esa pérdida –como toda otra pérdida después- no lo hacía más pobre sino más solo y, por eso, superior.

Chavín me ha parecido, ya entonces, la forma mayor de toda pérdida.

Perdido Chavín, el pasado se hacía irreal. Como si el muro fuese una puerta al vacío, y todo lo perdido se perdiese entre las fauces del jaguar y la serpiente.  

Quizá entre ellos se devoran y un pájaro implacable se alimenta de ambos.

Estas bien podrían ser las fauces del sol.









viernes, 1 de junio de 2018

CLASES DE VERANO. Autor: Rafael Alexander Ruiz Valviviezo



CLASES DE VERANO

Rafael A. Ruiz Valdiviezo

Ese año fue inolvidable. En que pasé el primer verano en Casma. Un enero que se va y un febrero que viene. Febrero mes del amor y de los carnavales. El verano amenazaba con su presencia. Era un mes de canícula. El agua salía tibia en todas las tuberías de la ciudad. Y de rato en rato gritaba la sirena del colegio.
A fines de febrero y comienzos de marzo empezaban las clases y yo tenía que ir al colegio bien aseado, cabello bien corto, con camisa blanca, pantalón y medias de color gris, correa y zapatos negros bien lustrados. Llevaba en el pecho la insignia del colegio. Tenía clases de lunes a viernes, en el turno de tarde. Mucho me acuerdo, como si fuera hoy, que nos sentábamos en carpetas bipersonales de color caoba madera. Todos se conocían, pero yo era un extraño. El  único que me conocía era el director. Luego, fui conociendo, poco a poco, a mis compañeros y profesores.

Al primero que conocí de todos mis compañeros, por casualidad del destino, fue a Luis Campos. Quien era ágil y estudioso. Le gustaba mucho el deporte, era capaz de jugar solo contra un equipo. Casi siempre lo veía con su ropa deportiva.

_ ¡Lo importante es jugar! Decía. Era mi vecino. Por eso, algunas veces, íbamos juntos al colegio.

Era lunes y el reloj anunciaba las doce del día. Almorcé en un segundo, y el colegio me esperaba, los auxiliares estaban en operación hormiga, controlando la entrada y salida del educando. Teníamos nuestro cuaderno de control que hablaba por nosotros. Allí registraba nuestra asistencia. Pasé el control en forma óptima, y luego asistí junto con mis compañeros a un salón que hablaba inglés. Allí estaba una talentosa profesora que nos decía: _ Welcome students! Ella era hermosa y con su belleza aprendimos a leer, escribir y hablar inglés.

El martes fuimos a otro salón que hablaba español, ese día tuvimos con varios profesores. Todos con sus versos de Bécquer, con las tragedias de Shakespeare, con las comedias de Moliere. Ese mismo día, con el caer de la tarde, tuvimos Arte, ni bien llegamos, apreciamos imágenes de grandes pintores y sus obras. Ese día aprendimos artes plásticas, música y teatro.

El miércoles pura matemática. El salón estaba lleno de números y problemas, de fórmulas, de compras y ventas. Se hablaba de Aritmética, Geometría y Trigonometría. Mientras muy fácil para algunos, muy difícil para otros.

El jueves la historia cantaba la verdad de las mentiras, los triunfos y las derrotas, los recuerdos y los olvidos, la paz y la guerra, la vida y la muerte. Un acontecimiento en un espacio y en un tiempo. La Geografía nos hablaba sobre nuestro planeta y su relación con otras ciencias, con el hombre y el universo.

El viernes, nos habían citado en el turno de mañana. Así que tuve que levantarme con la agonía de la oscuridad de la noche y el triunfo de la claridad del nuevo día. Teníamos que asistir todos vestidos de blanco, de pies a cabeza, con nuestro short, polo, medias y zapatillas blancas. Con el pelo corto los varones y las damas con sus cabellos en trenzas. Al llegar nos recibió el profesor de unos treinta años aproximadamente, era alto, delgado, atlético, versátil, dinámico y amigable.

Una mano salió señalando al cerro donde habitan las piedras mellizas. _ ¡Miren! Nos dijo, a lo que todos obedecimos. _¡Hasta allí tendrán que correr! Todos nos ubicamos en el frontis del colegio. En la partida. Nos dio las indicaciones. Y luego anunció: _¡En sus marcas! ¡Listo! y se oyó el grito del silbato en toda la ciudad. Y nosotros empezamos la maratón a lo que venga, avanzamos entre casas con jardines y algunos árboles. Campos iba primero y yo más lejos. En esos momentos ya abrían los establecimientos comerciales. Y nos animaban: _¡Corran, jóvenes, su vida recién empieza! El señor Cuellar, en su peluquería, donde un día antes nos habíamos cortado el cabello, salía a decirnos: _¡Adelante jóvenes, el deporte es salud! Y doblamos las esquinas, cortamos avenidas y acortamos distancias. La gente iba y venía. Salían y entraban a sus casas. Y nosotros seguíamos corriendo, y llegamos al Óvalo, y doblamos la esquina,  y seguimos corriendo por una avenida, más veloces que una bala, cortando el viento. Y luego cuesta arriba, por la falda del cerro, por un camino sinuoso, que apenas se podía apreciar, que se perdía y aparecía de trecho en trecho, pero lo seguíamos con sigilo. Había momentos en que nuestro recorrido era agotador, sin embargo, seguíamos corriendo.




La cuesta se hacía larga, nuestros músculos echaban fuego, sudábamos la gota gorda, las piernas nos abandonaban, era una agonía infernal. Campos, también se había cansado, y a mitad de la falda del cerro, se sentó sobre una piedra plana al borde del camino. Desde entonces opté por ocupar su lugar. Y continué escala y escala. Las piedras se veían cada vez más cerca, pero también parecía que se alejaban más. Y se mostraban altas, duras, mágica y eterna en la cumbre. Subía y subía, las tenía en el horizonte, no las perdía de vista, me sentía derrotado, exhausto, caído, pero me animaba a seguir porque sabía que “quien nunca se ha caído, no sabe lo que es levantarse”, y continúe dando mis últimos esfuerzos, controlando mi respiración, sentía el aire en mis pulmones, hasta que llegué a la cima por un camino largo y difícil,  y cuando las tuve al alcance de mis manos. Pude darme cuenta que eran más grandes de lo que pensaba. Ellas me abrazaron, sentí su compañía y su soledad. Me aconsejaron que tenga cuidado. Que subir era difícil, pero que era mejor mirar desde arriba. Las agradecí y luego partí mi regreso, era como si hubiera conocido el mundo en un segundo. El regreso era más fácil, Casma se veía en toda su plenitud, se veía el colegio, el estadio, sus plazas, sus parques, sus ríos. Toda la ciudad. Y regresé cuesta abajo, solo hay que tener equilibrio, pensé. Parecía que volaba en los arenales, en las piedras pequeñas, era un cerro aparentemente sin vida, pero las hormigas me alentaban a que corra más. Y seguí bajando cada vez más cerca de la ciudad. De pronto, puse atención a lo que veía. Era Campos, en el mismo sitio en que lo había dejado, vencido, con su carrera inconclusa. En ese momento, levantó la mirada y al verme regresar, a treinta metros aproximadamente, con velocidad súbita, empezó a correr, también de regreso, y manteniéndose primero. Y yo, no le decía nada, porque no había escuchado nada de las malas lenguas, sobre su honestidad. Así que seguí corriendo a una velocidad constante. En el camino me encontré con gatos, perros y ratones. Los postes parecían soldados, todos de pie a cierta distancia. Miles de vehículos de todos los colores y en todas partes. Y seguíamos corriendo, afortunadamente, mitigaban nuestro cansancio, algunos árboles  con su sombra.

Nosotros, los de la promoción, éramos innumerables. Campos iba primero y yo después, tal como habíamos empezado la carrera, y detrás, el resto, y corríamos en fila india, éramos una retahíla de estudiantes, todos de blanco sobre la pista de color negro. Sobre un itinerario. Y así habíamos subido y bajado el cerro de las piedras mellizas. Y llegamos a la meta que era el mismo punto de partida, en el lugar exacto, en el frontis del colegio, allí estaba el profesor con su registro de notas. Mirando su cronómetro, y llegamos, y a Campos le dijo: _ ¡Dieciocho minutos con treinta segundos! ¡Tienes veinte!

A mí me dijo: _ ¡Diecinueve minutos! Y en ese preciso momento, Campos, desde sus adentros, interrumpió, diciendo:

_¡No, profesor, yo no he llegado hasta arriba! ¡Disculpe!

Entonces el profesor le calificó su nota correspondiente.

El profesor y todos mis compañeros nos quedamos asombrados por mucho tiempo de la hazaña de Campos. Todos le felicitamos por su honestidad.
El calor seguía con sus andanzas. El Sol se elevaba cada vez más. Y nosotros nos preparábamos para continuar las clases con el caer de la tarde.






RAFAEL ALEXANDER RUIZ VALDIVIEZO

(BIOGRAFÍA)

(1970-…)

Nace el 30 de julio de 1970, en la ciudad de Chimbote (Perú). Su vida se desliza entre ambientes andinos y costeños. Estudió en varios colegios, terminando en 1989 sus estudios básicos en el colegio “Mariscal Luzuriaga” de Casma. Siendo un estudiante destacado y comprometido con su propia educación. En 1998 se gradúa como profesor de Lengua y Literatura en el Instituto Superior Pedagógico Público de Huaraz. En el 2008 recibe su Licenciatura de la Universidad Nacional de Trujillo. Luego, en el 2014, su Maestría en Educación otorgado por la Universidad César Vallejo de Trujillo.

Asimismo, ejerce la docencia y su dedicación por la literatura, compartiendo de esta manera sus vivencias aprendidas y brindando su gran aporte cultural. Ha escrito un poemario titulado “OCULTO TESORO”, y también en prosa “UNA EXPERIENCIA INOLVIDABLE”. Contribuyendo de este modo con la cultura y la luz del conocimiento.