CLASES DE VERANO
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Rafael A. Ruiz Valdiviezo |
Ese año fue
inolvidable. En que pasé el primer verano en Casma. Un enero que se va y un
febrero que viene. Febrero mes del amor y de los carnavales. El verano
amenazaba con su presencia. Era un mes de canícula. El agua salía tibia en todas
las tuberías de la ciudad. Y de rato en rato gritaba la sirena del colegio.
A fines de febrero y
comienzos de marzo empezaban las clases y yo tenía que ir al colegio bien
aseado, cabello bien corto, con camisa blanca, pantalón y medias de color gris,
correa y zapatos negros bien lustrados. Llevaba en el pecho la insignia del
colegio. Tenía clases de lunes a viernes, en el turno de tarde. Mucho me
acuerdo, como si fuera hoy, que nos sentábamos en carpetas bipersonales de
color caoba madera. Todos se conocían, pero yo era un extraño. El único que me conocía era el director. Luego,
fui conociendo, poco a poco, a mis compañeros y profesores.
Al primero que conocí
de todos mis compañeros, por casualidad del destino, fue a Luis Campos. Quien
era ágil y estudioso. Le gustaba mucho el deporte, era capaz de jugar solo
contra un equipo. Casi siempre lo veía con su ropa deportiva.
_ ¡Lo importante es
jugar! Decía. Era mi vecino. Por eso, algunas veces, íbamos juntos al colegio.
Era lunes y el reloj
anunciaba las doce del día. Almorcé en un segundo, y el colegio me esperaba,
los auxiliares estaban en operación hormiga, controlando la entrada y salida
del educando. Teníamos nuestro cuaderno de control que hablaba por nosotros.
Allí registraba nuestra asistencia. Pasé el control en forma óptima, y luego
asistí junto con mis compañeros a un salón que hablaba inglés. Allí estaba una
talentosa profesora que nos decía: _ Welcome
students! Ella era hermosa y con su belleza aprendimos a leer, escribir y
hablar inglés.
El martes fuimos a
otro salón que hablaba español, ese día tuvimos con varios profesores. Todos
con sus versos de Bécquer, con las tragedias de Shakespeare, con las comedias
de Moliere. Ese mismo día, con el caer de la tarde, tuvimos Arte, ni bien
llegamos, apreciamos imágenes de grandes pintores y sus obras. Ese día
aprendimos artes plásticas, música y teatro.
El miércoles pura
matemática. El salón estaba lleno de números y problemas, de fórmulas, de
compras y ventas. Se hablaba de Aritmética, Geometría y Trigonometría. Mientras
muy fácil para algunos, muy difícil para otros.
El jueves la historia
cantaba la verdad de las mentiras, los triunfos y las derrotas, los recuerdos y
los olvidos, la paz y la guerra, la vida y la muerte. Un acontecimiento en un
espacio y en un tiempo. La Geografía nos hablaba sobre nuestro planeta y su
relación con otras ciencias, con el hombre y el universo.
El viernes, nos
habían citado en el turno de mañana. Así que tuve que levantarme con la agonía
de la oscuridad de la noche y el triunfo de la claridad del nuevo día. Teníamos
que asistir todos vestidos de blanco, de pies a cabeza, con nuestro short,
polo, medias y zapatillas blancas. Con el pelo corto los varones y las damas
con sus cabellos en trenzas. Al llegar nos recibió el profesor de unos treinta
años aproximadamente, era alto, delgado, atlético, versátil, dinámico y
amigable.
Una mano salió
señalando al cerro donde habitan las piedras mellizas. _ ¡Miren! Nos dijo, a lo
que todos obedecimos. _¡Hasta allí tendrán que correr! Todos nos ubicamos en el
frontis del colegio. En la partida. Nos dio las indicaciones. Y luego anunció:
_¡En sus marcas! ¡Listo! y se oyó el grito del silbato en toda la ciudad. Y
nosotros empezamos la maratón a lo que venga, avanzamos entre casas con jardines
y algunos árboles. Campos iba primero y yo más lejos. En esos momentos ya
abrían los establecimientos comerciales. Y nos animaban: _¡Corran, jóvenes, su
vida recién empieza! El señor Cuellar, en su peluquería, donde un día antes nos
habíamos cortado el cabello, salía a decirnos: _¡Adelante jóvenes, el deporte
es salud! Y doblamos las esquinas, cortamos avenidas y acortamos distancias. La
gente iba y venía. Salían y entraban a sus casas. Y nosotros seguíamos
corriendo, y llegamos al Óvalo, y doblamos la esquina, y seguimos corriendo por una avenida, más
veloces que una bala, cortando el viento. Y luego cuesta arriba, por la falda
del cerro, por un camino sinuoso, que apenas se podía apreciar, que se perdía y
aparecía de trecho en trecho, pero lo seguíamos con sigilo. Había momentos en
que nuestro recorrido era agotador, sin embargo, seguíamos corriendo.

La cuesta se hacía
larga, nuestros músculos echaban fuego, sudábamos la gota gorda, las piernas
nos abandonaban, era una agonía infernal. Campos, también se había cansado, y a
mitad de la falda del cerro, se sentó sobre una piedra plana al borde del
camino. Desde entonces opté por ocupar su lugar. Y continué escala y escala.
Las piedras se veían cada vez más cerca, pero también parecía que se alejaban
más. Y se mostraban altas, duras, mágica y eterna en la cumbre. Subía y subía,
las tenía en el horizonte, no las perdía de vista, me sentía derrotado,
exhausto, caído, pero me animaba a seguir porque sabía que “quien nunca se ha caído, no sabe lo que es levantarse”, y continúe
dando mis últimos esfuerzos, controlando mi respiración, sentía el aire en mis
pulmones, hasta que llegué a la cima por un camino largo y difícil, y cuando las tuve al alcance de mis manos.
Pude darme cuenta que eran más grandes de lo que pensaba. Ellas me abrazaron,
sentí su compañía y su soledad. Me aconsejaron que tenga cuidado. Que subir era
difícil, pero que era mejor mirar desde arriba. Las agradecí y luego partí mi
regreso, era como si hubiera conocido el mundo en un segundo. El regreso era
más fácil, Casma se veía en toda su plenitud, se veía el colegio, el estadio,
sus plazas, sus parques, sus ríos. Toda la ciudad. Y regresé cuesta abajo, solo
hay que tener equilibrio, pensé. Parecía que volaba en los arenales, en las
piedras pequeñas, era un cerro aparentemente sin vida, pero las hormigas me
alentaban a que corra más. Y seguí bajando cada vez más cerca de la ciudad. De
pronto, puse atención a lo que veía. Era Campos, en el mismo sitio en que lo
había dejado, vencido, con su carrera inconclusa. En ese momento, levantó la
mirada y al verme regresar, a treinta metros aproximadamente, con velocidad
súbita, empezó a correr, también de regreso, y manteniéndose primero. Y yo, no
le decía nada, porque no había escuchado nada de las malas lenguas, sobre su
honestidad. Así que seguí corriendo a una velocidad constante. En el camino me
encontré con gatos, perros y ratones. Los postes parecían soldados, todos de
pie a cierta distancia. Miles de vehículos de todos los colores y en todas
partes. Y seguíamos corriendo, afortunadamente, mitigaban nuestro cansancio,
algunos árboles con su sombra.
Nosotros, los de la
promoción, éramos innumerables. Campos iba primero y yo después, tal como
habíamos empezado la carrera, y detrás, el resto, y corríamos en fila india,
éramos una retahíla de estudiantes, todos de blanco sobre la pista de color
negro. Sobre un itinerario. Y así habíamos subido y bajado el cerro de las
piedras mellizas. Y llegamos a la meta que era el mismo punto de partida, en el
lugar exacto, en el frontis del colegio, allí estaba el profesor con su
registro de notas. Mirando su cronómetro, y llegamos, y a Campos le dijo: _
¡Dieciocho minutos con treinta segundos! ¡Tienes veinte!
A mí me dijo: _
¡Diecinueve minutos! Y en ese preciso momento, Campos, desde sus adentros,
interrumpió, diciendo:
_¡No, profesor, yo no
he llegado hasta arriba! ¡Disculpe!
Entonces el profesor
le calificó su nota correspondiente.
El profesor y todos
mis compañeros nos quedamos asombrados por mucho tiempo de la hazaña de Campos.
Todos le felicitamos por su honestidad.
El calor seguía con
sus andanzas. El Sol se elevaba cada vez más. Y nosotros nos preparábamos para
continuar las clases con el caer de la tarde.
RAFAEL ALEXANDER RUIZ VALDIVIEZO
(BIOGRAFÍA)
(1970-…)
Nace el 30 de julio de 1970, en la ciudad de Chimbote
(Perú). Su vida se desliza entre ambientes andinos y costeños. Estudió en
varios colegios, terminando en 1989 sus estudios básicos en el colegio
“Mariscal Luzuriaga” de Casma. Siendo un estudiante destacado y comprometido
con su propia educación. En 1998 se gradúa como profesor de Lengua y Literatura
en el Instituto Superior Pedagógico Público de Huaraz. En el 2008 recibe su
Licenciatura de la Universidad Nacional de Trujillo. Luego, en el 2014, su
Maestría en Educación otorgado por la Universidad César Vallejo de Trujillo.
Asimismo, ejerce la docencia y su
dedicación por la literatura, compartiendo de esta manera sus vivencias
aprendidas y brindando su gran aporte cultural. Ha escrito un poemario titulado
“OCULTO TESORO”, y también en prosa “UNA EXPERIENCIA INOLVIDABLE”. Contribuyendo
de este modo con la cultura y la luz del conocimiento.