LAS
MADERAS DE DON HELENO
En un año lejano que se pierde en el tiempo, llegó a
Casma don Heleno, hombre de mirada adusta y tez cetrina proveniente de un
pueblo del norte, acompañado de un costalillo de tocuyo y una pequeña maleta de
madera en donde portaba sus únicas pertenencias y la solitaria actitud de un
recién llegado.
Pronto consiguió trabajo en la paña de algodón que en el
valle abunda, y con el tiempo una pequeña casucha de caña a medio embarrar en
donde solía vivir solo.
Su impenetrable silencio y huraño comportamiento no le
permitía tratar amigablemente a nadie e hizo pensar a muchos que era mudo.
Así pasaron los años dejando su marca
indeleble en el rostro curtido de don Heleno;
siempre se le veía inmutable, indiferente, cargando su agua del único
pozo que había en el lugar, cocinando en su fogón con leña o coronta que traía
al culminar su jornada de trabajo, o lavando su ropa en la acequia contigua al
barrio donde vivía.
En alguna oportunidad sostenía breves monólogos con sus
vecinos más cercanos a su solitaria vivencia, balbuceando palabras con
dificultad y aparente temor. Casi todo el tiempo luego de regresar del trabajo
habitual se encerraba en su pequeño cuartucho
en un ostracismo digno de la mejor causa.
Pero sucedió de pronto que en las mañanas, muy temprano
se escuchaba un sonido raro, peculiar
dentro de su cubil que sobresaltó a los vecinos más cercanos. Nadie
sabía lo que estaba pasando. De allí que su monótona fisonomía cambió: adelgazó
sorprendentemente, se le veía encorvado, con los ojos hundidos que irradiaban
una mirada triste como pidiendo compasión, amor, asimismo, parecía que sus
orejas habían crecido desproporcionadamente terminando en punta y con un color
mortecino que atraía la mirada de la gente curiosa.
A partir de estos cambios observados en su persona, la gente murmuraba en silencio
al verlo pasar, cosa que hizo que todo el vecindario se enterara de su
precaria salud.
Cierto día uno de sus vecinos notó que al fondo de su
corral de don Heleno habían varias
maderas de fino caoba, bien pulidas que
relucían con el sol., y pensó en comprárselas para mandar a hacerse una buena
mesa. No lo pensó dos veces y acudió
presuroso a tocar la puerta hecha de
maderas viejas y corroídas.
Entre el tocar insistente y los segundos se hizo un vacío interminable, quebrado,
angustioso que sobresaltó al vecino. De pronto lentamente la puerta se fue
abriendo con un crujir que más parecía lamento, y al centro apareció la figura
escuálida, borrosa, que la luz al cruzar su pequeño cuerpo proyectó una sombra
tétrica que como un halo lo cubría:
- Don Heleno, disculpe que lo
moleste, pero he venido para ver si Ud. me puede vender sus maderas que tiene,
para hacerme una mesita que necesito…
- ¿Cómo dice Ud.? – contestó don.
Heleno con una voz cavernosa, entrecortada.
- Es que como Ud. tiene unas
maderas que no las usa en su corral… –
No lo dejó pronunciar la palabra, y con mucho esfuerzo le replicó:
- Vea Ud., yo no vendo mis
maderas y por favor no me moleste más…
- ¡Perdón vecino, yo pensé…
disculpe ¡
Ambos se miraron como dos extraños de pies a cabeza,
luego se hizo un silencio breve que se cortó cuando don Heleno levantó su brazo
huesudo para cerrar la puerta. Allí el vecino pudo observar sus manos sucias de
un color verde oscuro que temblaban lentamente.
A partir de ese momento todos los vecinos del lugar se
dieron cuenta que aquel hombre misterioso y furtivo se encontraba enfermo, muy
enfermo, que para tratar su mal que lo aquejaba en las mañanas muy temprano molía alfalfa fresca en un batán del
cual extraía su jugo y lo bebía, asimismo, lo habían observado que en la chacra contigua a su vivienda
extraía el jugo de las matas de plátanos
que ocultamente bebía con asco y guardaba en pequeños frascos de vidrio.
Conocida la motivación de su extraña apariencia y el por qué ya no trabajaba últimamente y de la oculta apariencia, algunos vecinos
trataron de ayudarlo pero éste se rehusaba cortésmente a los ofrecimientos.
Llegó un momento que no salía varios días a recoger agua
del pozo; solo su pequeño gato negro ronroneaba junto a su puerta y de noche
maullaba insistentemente de hambre.
El último día que lo vieron caminar los vecinos se
espantaron al verlo, caminaba lentamente con dificultad; su pequeño cuerpo era
apenas un recuerdo de aquel hombre de contextura mediana y fuerte, y ahora daba
lástima. Luego de sacar un balde de agua con dificultad se sentó, inspiró una
bocanada de aire y abrió sus pequeños ojos negros y comenzó a observar todo
cuanto le rodeaba hasta el anochecer. Uno de sus vecinos más cercanos al pasar
junto a él, vio que lloraba muy triste.
Esa noche los perros aullaron hasta el amanecer y el maullido del gato ya no se escuchó.
Había muerto don Heleno solo en silencio, los vecinos
pobres como él, hicieron una colecta para comprar flores, coca, cigarro y café,
y con las maderas que guardaba celosamente le confeccionaron su ataúd en donde
depositaron sus restos y fue enterrado en el cementerio en donde reposa
eternamente.
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