LOS
MUERTOS NO HABLAN, PERO
ASUSTAN…
Nunca había caminado de
noche por aquella vieja carretera ya abandonada hacia años y por la cual ya nadie pasaba menos de
noche. Recuerdo que de niño cuando apenas llegaban las vacaciones
y el consiguiente verano, me preparaba para visitar a mis tíos para pasar mis
vacaciones en una hermosa casa hacienda ubicada
en la parte alta del valle, toda rodeada de árboles frutales, flores y enredaderas
perfumadas que se mecían al compás del viento. No era nada fácil convencer a
mis padres para lograr mi ansiada Libertad al menos por unos meses.
En uno de esos años cuando
ya era joven y toda mi familia estaba de vacaciones en compañía del tío Juan,
en una sobre mesa del después del almuerzo mi madre con su hermano comenzaron a
comentar lo sucedido hacia años cuando mi madre descubrió los restos de seis personas
todas ellas decapitadas, junto a cada una de sus cabezas se encontraban sus
brazos, piernas y demás pertenencias de
los pobres campesinos sacrificados de mala forma. Mi madre con mucha vehemencia
relataba que fue el olor nauseabundo que la guió para dar con este macabro
hallazgo que se encontraba entre los cañaverales muy cerca al camino que
conducía a la casa del tío.
Esa noche que fue la primera
de tantas otras noches, luego de bajar del bus en plena carretera Panamericana,
me adentré sólo por ese trecho carretero
ya olvidado y que yo nunca había caminado en medio de la oscuridad. Era
una noche tenebrosa, muy oscura, había lloviznado horas antes, y los charcos de
agua había por todos lados, y el croar de los sapos y otras sabandijas se
dejaba escuchar en la vera de la inmensa acequia que corría paralela a la rustica
vía de acceso al interior del valle.
La oscuridad de la noche no
me asustaba ni menos la lluvia que parecía que nuevamente iba a mojarme, cómo
siempre en estos casos me gustaba tararear unas canciones, y silbar fuerte como
para darme seguridad y no sentirme solo. Todo estaba saliendo bien, pasé el
primer puente sobre la acequia, me desvié de la vía principal hacia el lado
derecho y comencé a subir una cuesta de unos sesenta grados muy animado, ya
faltaban unos quinientos metros para llegar a mi destino, y antes de pasar a
unos metros del segundo puente, sentí un leve cosquilleo cómo si alguien me estuviera
siguiendo, voltee a mirar a todos lados pero no había nada, me angustié, de pronto los
pelos de mi cuerpo se pusieron de punta, se erizaron, en ese momentos pensé que yo era un gato asustado, quería
correr, me había quedado quieto en medio del
camino y en una oscuridad espantosa que lo dominaba todo, pero me dominé, retomé la calma, me serené y
retome la caminata con mucho esfuerzo, sudaba
y los nervios tensados estaban a punto de reventar, no sé cómo pase de ese maldito
lugar que casi me hace perder la compostura y a creer que los muertos asustan a
pesar de estar bien muertos...
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