EL
NIÑO…JUANCHO
(Fragmento de la novela del mismo nombre)
Foto de mi sobrino nieto: Ernesto Llosa García. |
Se diluye el inmenso velamen
que cubre la tez del día, no tiene facciones finas sino de un abrupto terreno
que presagia tormenta cuando muere el aliento apresurado del verano. Nadie
podría presagiar lo que vendría después. La profundidad latente de la cordillera
no tiene obstáculos para impedir que tú duernas la jornada pesada, cuando ya
has recorrido por senderos desconocidos de día, de noche; otras veces
escapando, huyendo cuando te señalaron que eras abigeo. “tan joven”.- “te
tienes que cuidar Juancho, mi Juancho”.- “no llores amá que ya estoy grande
para luchar por ustedes. Sabes amá, he pensado ir a la costa, allá puedo
trabajar y ser otro. ¿No has escuchado la radio, necesitan trabajadores…”. La
tarde se apresura y por el camino de debajo de la cerca, junto a una pendiente
profunda se escucha que se acercan hombres a caballo; corre la madre a
constatar lo que su corazón presiente, y de inmediato regresa corriendo pollera
en mano, para con solo señas y gestos en perfecto silencio, ocultar a su hijo
que en un santiamén desaparece, como por arte de magia de la rustica choza que
lo ocultaba en lo alto de un promontorio rocoso que vigila el valle.
Esa noche en la casa grande
de “Escalón” todos comieron en silencio. En la cara de la madre que relumbraba
con el fuego del fogón, había una leve sonrisa de esperanza qué sólo María
había notado desde la partida de su hermano mayor. La inesperada ausencia de
Juancho recaló con fuerza en el corazón
dolido de la madre; había sido su brazo derecho desde que su padre murió desbarrancado por el alcohol en una de esas
noches tormentosas de la sierra. Su
ausencia no sólo se sintió en el pastoreo de su raleado ganado, en el cultivo
de su pequeña parcela, sino sobre todo en el cuidado de sus tres hermanas que
ya eran vistas como mujeres por los vecinos del lugar, lo cual le fastidiaba a
Juancho, ha hora lejos y corrido por la justicia.
La sequía terrible asolaba toda la región dejando los campos
desolados, secos que obligó a los campesinos a sobrevivir emigrando hacia la costa
que se divisa desde lo alto de la cordillera, cómo una delgada franja que
brilla junto a un manto azul que lo opaca. Su efecto fue devastador para las
familias más pobres, los más humildes. La familia de Casimiro Huallpa
Consolación fue una de las pocas que resistieron casi hasta el final. Tuvieron suerte de tener
un “ojo de agua” dentro de su parcela de límpido discurrir que emanaba debajo
de una enorme roca, formando un pequeño riachuelo, ubicado al centro de su parcela
que nunca se secó. Este manantial no sólo fue la salvación de ellos, sino de muchas otras
familias que de muy lejos venían para llevar un poco de agua en viejos
recipientes de todo tipo, que desde muy temprano se atestaba de gente, incluido
el ganado sediento. Muchos de ellos llegaron a creer que este manantial era
obra de Dios, o simplemente un “milagro” de la Santa Cruz que se venera en la
comunidad campesina desde épocas inmemoriales. La mayoría de las familias
perdieron a sus hijos varones, incluyendo esposos, hermanos, primos que en
grupos abandonaban sus tierras con nostalgia en busca del sustento diario
para sobrevivir. Y llegaban a la costa en donde les ofrecían
mano de obra barata en puestos de trabajo mayormente para el campo, ya sea en
la “paña de algodón” cosechas de ajíes, esparrago o mangos. Los que tenían un
poco de dinero podían poner un pequeño negocio como ambulantes de venta de
chupetes, frutas, o comidas al paso, otros con mejor suerte se convertían en
“chulillos” de camiones, o de ayudante de cocina, o de obreros de la
construcción civil, entre otros menesteres.
En estas condiciones sólo las mujeres de toda
condición no pudieron abandonar el campo, quedaron a cargo de todo: al cuidado
de sus parcelas, del flamèlido ganado
que aun subsistía, de sus hijos, ancianos y enfermos. Había llegado la
época escolar y los niños se negaban a asistir a la escuela, ya sea por jugar
en sus desoladas tierras o por pastar sus animales que de hambre a veces tenían
que dormir cuando la noche caía. El teniente gobernador encargado de la inscripción de los nuevos
alumnos, tenía que rogar a sus madres para que inscriban a sus hijos...
(Fragmento de la Novela "El Niño Juancho" de próxima publicación)
aa PiOOla el rElatO ..tbM inTEreSANte..:!!1:.:P k TAL iNPiraCIOn..!
ResponderBorraresta inspiraciòn ahora se va acrecentar por la presencia de una persona que me inspira a cada instante, y tu lo conoces...jejeje
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