lunes, 7 de abril de 2014

EL NIVEL.- Relato. Autor: Augusto Llosa Giraldo


EL NIVEL




Encontré la celda vacía pero con evidencia de que había sido usada hacia unas horas, había restos de comida y junto al viejo colchón maloliente algunas pertenencias que estaban tiradas  en la pequeña celda a donde había sido recluido por la policía del régimen político de aquel entonces. Gobernaba una dictadura y su lucha contra la subversión era criminal y siniestra.

Una orden judicial me llevó a prisión acusado de “subversivo” y fui apresado  en mi pueblo natal, de allí conducido a la capital enmarrocado a donde llegué en la madrugada custodiado por dos policías, e ingrese a un tétrico local de la policía nacional. Las celdas estaban ubicadas en el sótano de un inmenso local antiguo que creo todavía funciona como prisión política en la actualidad.

Luego de los interrogatorios de rigor que duraron por espacio de tres horas, fui conducido a una de las mencionadas celdas que para ingresar al desnivel había que bajar por una estrecha escalera en caracol, el techo era bajo y casi rosaba mi cabeza. La celda olía mal. Luego que un policía abriera la pesada celda, me quedé solo después de muchas horas de interrogatorio  y el cansancio del largo viaje se dejaba sentir, quise dormir, el cuerpo me lo pedía, pero el ir y venir de los policías y de presos me lo impidieron.

No había trascurrido ni media hora cuando de pronto se volvió abrir la celda y pude contemplar con mis ojos sorprendidos la llegada de un preso que lo traían completamente “molido” a golpes que fue tirado violentamente al interior de la celda por sus captores, tenía la frente sangrando y apenas si podía moverse, ya que cayó de bruces y al verme trató de sonreír pero los gritos de los gendarmes lo cohibieron. Nos quedamos los dos solos y luego de unos minutos de completo silencio, trató de incorporarse pero el fuerte dolor se lo impidió, entonces traté de ayudarlo, lo tome de uno de sus brazos y con mucho esfuerzo pudo sentarse en una de las esquinas de la celda.

Luego de saludarnos brevemente lo miré fijamente y le pregunté qué le había sucedido, balbuceando me comenzó a narrar su tragedia  que ya lo llevaba más de una semana en las mazmorras de la dictadura. Lo sindicaban de haber participado en un atentado dinamitero de un centro comercial de la capital, en donde hubo más de una docena de muertos y muchos heridos que lamentar. Fue señalado por una joven pareja que había sido detenida por la policía semanas antes, y lo acusaban de pertenecer a una organización terrorista.

Según me comentó Alejandro, que así se llamaba aquel preso, la relación existente entre ellos devino en el hecho que él les alquiló la cochera de su casa que se encontraba en construcción, para que allí guardaran un auto que finalmente resultó como “coche bomba” en el atentado terrorista  sin que él y su familia se dieran cuenta de nada.

Luego que ambos tomamos un poco de  confianza le ayudé a  recoger sus pocas pertenencias y tratar de que descanse, pero no fue posible, él quería hablar y lo escuchaba, me contó cómo  la policía lo maltrataba y de los largos interrogatorios a que era sometido, y expuesto a todo tipo de torturas y vejámenes psicológicos, cómo el hecho de golpearlo salvajemente y finalmente hacerlo arrodillar para ponerle una pistola en la cabeza y con otra arma disparar muy cerca de él y de miedo orinarse y desplomarse creyéndose  que había muerto.

En todo este tiempo los policías no se cansaban de preguntarle cuál era su “nivel”, se supone qué le preguntaban cuál era el grado político que ostentaba al interior de la organización. Alejandro, cansado de escuchar esta palabra qué no comprendía, y para que ya no lo sigan maltratando les dijo: “Vamos a mi casa que allí tengo las prueba que ustedes buscan”, de inmediato lo subieron a una camioneta y lo llevaron  a su casa ubicada en uno de los populosos distritos de la capital. Al llegar al lugar de frente se dirigió a una de las habitaciones en donde guardaba sus herramientas de trabajo, de donde saco un “nivel de construcción” que usaba en su trabajo, porque era albañil. Los policías al ver la “prueba” se quedaron pasmados y se miraron entre ellos, sobre todo el oficial que dirigía el operativo, movió la cabeza y sonriendo dio  la  señal de termino de aquella frustrada operación.

La noche se hizo larga y no logramos  conciliar el sueño, tanto el qué me contaba su historia fascinante y brutal, y yo que le escucha absorto con total atención. Esa noche no lo sacaron a torturar y pudo descansar al menos un poco. Yo al día siguiente fui sacado muy temprano en forma  sorpresiva y apenas si pude despedirme de él, me subieron a una camioneta y raudamente me llevaron al  aeropuerto y de allí me subieron a un avión rumbo al Cusco.


Nunca más supe nada de él…          



  

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