EL
NIVEL
Encontré la celda vacía pero
con evidencia de que había sido usada hacia unas horas, había restos de comida y
junto al viejo colchón maloliente algunas pertenencias que estaban tiradas en la pequeña celda a donde había sido
recluido por la policía del régimen político de aquel entonces. Gobernaba una
dictadura y su lucha contra la subversión era criminal y siniestra.
Una orden judicial me llevó
a prisión acusado de “subversivo” y
fui apresado en mi pueblo natal, de allí
conducido a la capital enmarrocado a donde llegué en la madrugada custodiado
por dos policías, e ingrese a un tétrico local de la policía nacional. Las
celdas estaban ubicadas en el sótano de un inmenso local antiguo que creo todavía
funciona como prisión política en la actualidad.
Luego de los interrogatorios
de rigor que duraron por espacio de tres horas, fui conducido a una de las
mencionadas celdas que para ingresar al desnivel había que bajar por una
estrecha escalera en caracol, el techo era bajo y casi rosaba mi cabeza. La
celda olía mal. Luego que un policía abriera la pesada celda, me quedé solo después
de muchas horas de interrogatorio y el
cansancio del largo viaje se dejaba sentir, quise dormir, el cuerpo me lo pedía, pero el ir y
venir de los policías y de presos me lo impidieron.
No había trascurrido ni
media hora cuando de pronto se volvió abrir la celda y pude contemplar con mis
ojos sorprendidos la llegada de un preso que lo traían completamente “molido” a golpes que fue tirado
violentamente al interior de la celda por sus captores, tenía la frente
sangrando y apenas si podía moverse, ya que cayó de bruces y al verme trató de sonreír
pero los gritos de los gendarmes lo cohibieron. Nos quedamos los dos solos y
luego de unos minutos de completo silencio, trató de incorporarse pero el
fuerte dolor se lo impidió, entonces traté de ayudarlo, lo tome de uno de sus
brazos y con mucho esfuerzo pudo sentarse en una de las esquinas de la celda.
Luego de saludarnos
brevemente lo miré fijamente y le pregunté qué le había sucedido, balbuceando
me comenzó a narrar su tragedia que ya
lo llevaba más de una semana en las mazmorras de la dictadura. Lo sindicaban de
haber participado en un atentado dinamitero de un centro comercial de la
capital, en donde hubo más de una docena de muertos y muchos heridos que
lamentar. Fue señalado por una joven pareja que había sido detenida por la policía
semanas antes, y lo acusaban de pertenecer a una organización terrorista.
Según me comentó Alejandro,
que así se llamaba aquel preso, la relación existente entre ellos devino en el
hecho que él les alquiló la cochera de su casa que se encontraba en
construcción, para que allí guardaran un auto que finalmente resultó como “coche bomba” en el atentado terrorista sin que él y su familia se dieran cuenta de nada.
Luego que ambos tomamos un
poco de confianza le ayudé a recoger sus pocas pertenencias y tratar de
que descanse, pero no fue posible, él quería hablar y lo escuchaba, me contó
cómo la policía lo maltrataba y de los
largos interrogatorios a que era sometido, y expuesto a todo tipo de torturas y
vejámenes psicológicos, cómo el hecho de golpearlo salvajemente y finalmente hacerlo
arrodillar para ponerle una pistola en la cabeza y con otra arma disparar muy
cerca de él y de miedo orinarse y desplomarse creyéndose que había muerto.
En todo este tiempo los policías
no se cansaban de preguntarle cuál era su “nivel”, se supone qué le preguntaban
cuál era el grado político que ostentaba al interior de la organización.
Alejandro, cansado de escuchar esta palabra qué no comprendía, y para que ya no
lo sigan maltratando les dijo: “Vamos a
mi casa que allí tengo las prueba que ustedes buscan”, de inmediato lo
subieron a una camioneta y lo llevaron a
su casa ubicada en uno de los populosos distritos de la capital. Al llegar al
lugar de frente se dirigió a una de las habitaciones en donde guardaba sus
herramientas de trabajo, de donde saco un “nivel
de construcción” que usaba en su trabajo, porque era albañil. Los policías
al ver la “prueba” se quedaron pasmados
y se miraron entre ellos, sobre todo el oficial que dirigía el operativo, movió
la cabeza y sonriendo dio la señal de termino de aquella frustrada
operación.
La noche se hizo larga y no
logramos conciliar el sueño, tanto el
qué me contaba su historia fascinante y brutal, y yo que le escucha absorto con
total atención. Esa noche no lo sacaron a torturar y pudo descansar al menos un
poco. Yo al día siguiente fui sacado muy temprano en forma sorpresiva y apenas si pude despedirme de él,
me subieron a una camioneta y raudamente me llevaron al aeropuerto y de allí me subieron a un avión
rumbo al Cusco.
Nunca más supe nada de él…
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