XXVII.
RICARDO
PALMA (“Tradiciones Peruanas”)
UN FANÁTICO
El
Subprefecto de Casma,. D. Jose Maria Terry paso a la autoridad
superior, con fecha 18 de Abril de 1848, un oficio que impreso, se
encuentra en El Comercio, de Lima, correspondiente al sabado 6
de mayo. Sobre tan irrecusable documento basamos este articulejo.
Era
la Cuaresma del año 1848.
En
todos los pueblos del Departamento de Huaraz los curas predicaron
sobre el pecado y el infierno y sus horrores sermones tan estupendos,
que a los indios sus feligreses se les ponía los pelos de punta. La
raza indígena es de suyo propensa a creer en los suplicios materiales
con que diz que son afligidos en el otro mundo los que no anduvieron
derechitos en este de lagrimas y zaguaraña. Ademas el indio es eminentemente fanático. En punto a religión tiene la fe del
carbonero, y acoge como verdad evangélica cuanta paparrucha sale de
los labios, no siempre bien inspirados, del taita cura.
Tal fue el efecto de las platicas en aquella Cuaresma, que apenas si
se daban abasto los párrocos para confesar penitentes, y unir con el
lazo del matrimonio a muchas medias naranjas que estaban en camino a
pudrirse y de servir de almuerzo al diablo. amen, amen se gana
el Edén.
Ocurriole una tarde al cura de Yautan predicar sobre San Lorenzo y su
martirio, e hizolo con tanta unción y elocuencia, que a uno de sus
oyentes se le enclavó la convicción de que solo muriendo como el
santo de las parrillas, iría sin pasar por mas tramites, adunas ni
antesalas, vía directa y como por ferrocarril a la gloria eterna.
Era el tal un moceton de treinta años, que en los arrabales de
Yautan habitaba una choza próxima a un bosquecillo. Oído el sermón,
fuese paso a paso a su albergue, sacó una cruz de madera que alli
tenia, y con ella a cuestas dirigiose al bosque.
Algunos de sus vecinos que lo tenían en concepto de maniático, lo
siguieron por curiosidad, y ocultos y entre las ramas del bosque
pusieronse a espiarlo. Después de clavar la cruz en el suelo, empezó
el moceton a hacinar leña, prendiole fuego, doblo las rodillas y
estuvo gran rato en oración. Derrepente, y cuando la llamarada era
mas activa, se puso de pie y se precipito en la hoguera, exclamando:
“!San Lorenzo, me valga!”
Los curiosos vecinos corrieron a liberarlo. Llegaron tarde. El pobre fanático había conseguido morir achicharrado como San Lorenzo.
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