jueves, 6 de junio de 2013

EL NIÑO JUANCHO. Novela.- Autor: Augusto Llosa Giraldo.


EL NIÑO…JUANCHO

(Fragmento de la novela del mismo nombre)

Foto de mi sobrino nieto: Ernesto Llosa García.

Se diluye el inmenso velamen que cubre la tez del día, no tiene facciones finas sino de un abrupto terreno que presagia tormenta cuando muere el aliento apresurado del verano. Nadie podría presagiar lo que vendría después. La profundidad latente de la cordillera no tiene obstáculos para impedir que tú duernas la jornada pesada, cuando ya has recorrido por senderos desconocidos de día, de noche; otras veces escapando, huyendo cuando te señalaron que eras abigeo. “tan joven”.- “te tienes que cuidar Juancho, mi Juancho”.- “no llores amá que ya estoy grande para luchar por ustedes. Sabes amá, he pensado ir a la costa, allá puedo trabajar y ser otro. ¿No has escuchado la radio, necesitan trabajadores…”. La tarde se apresura y por el camino de debajo de la cerca, junto a una pendiente profunda se escucha que se acercan hombres a caballo; corre la madre a constatar lo que su corazón presiente, y de inmediato regresa corriendo pollera en mano, para con solo señas y gestos en perfecto silencio, ocultar a su hijo que en un santiamén desaparece, como por arte de magia de la rustica choza que lo ocultaba en lo alto de un promontorio rocoso que vigila el valle.

Esa noche en la casa grande de “Escalón” todos comieron en silencio. En la cara de la madre que relumbraba con el fuego del fogón, había una leve sonrisa de esperanza qué sólo María había notado desde la partida de su hermano mayor. La inesperada ausencia de Juancho  recaló con fuerza en el corazón dolido de la madre; había sido su brazo derecho desde que su padre murió  desbarrancado por el alcohol en una de esas noches tormentosas de la sierra.  Su ausencia no sólo se sintió en el pastoreo de su raleado ganado, en el cultivo de su pequeña parcela, sino sobre todo en el cuidado de sus tres hermanas que ya eran vistas como mujeres por los vecinos del lugar, lo cual le fastidiaba a Juancho, ha hora lejos y corrido por la justicia.

La sequía terrible  asolaba toda la región dejando los campos desolados, secos que obligó a los campesinos a sobrevivir emigrando hacia la costa que se divisa desde lo alto de la cordillera, cómo una delgada franja que brilla junto a un manto azul que lo opaca. Su efecto fue devastador para las familias más pobres, los más humildes. La familia de Casimiro Huallpa Consolación fue una de las pocas que resistieron  casi hasta el final. Tuvieron suerte de tener un “ojo de agua” dentro de su parcela de límpido discurrir que emanaba debajo de una enorme roca, formando un pequeño riachuelo, ubicado al centro de su parcela que nunca se secó. Este manantial no sólo fue  la salvación de ellos, sino de muchas otras familias que de muy lejos venían para llevar un poco de agua en viejos recipientes de todo tipo, que desde muy temprano se atestaba de gente, incluido el ganado sediento. Muchos de ellos llegaron a creer que este manantial era obra de Dios, o simplemente un “milagro” de la Santa Cruz que se venera en la comunidad campesina desde épocas inmemoriales. La mayoría de las familias perdieron a sus hijos varones, incluyendo esposos, hermanos, primos que en grupos abandonaban sus tierras con nostalgia en busca del sustento diario para  sobrevivir.  Y llegaban a la costa en donde les ofrecían mano de obra barata en puestos de trabajo mayormente para el campo, ya sea en la “paña de algodón” cosechas de ajíes, esparrago o mangos. Los que tenían un poco de dinero podían poner un pequeño negocio como ambulantes de venta de chupetes, frutas, o comidas al paso, otros con mejor suerte se convertían en “chulillos” de camiones, o de ayudante de cocina, o de obreros de la construcción civil, entre otros menesteres.

En estas  condiciones sólo las mujeres de toda condición no pudieron abandonar el campo, quedaron a cargo de todo: al cuidado de sus parcelas, del flamèlido ganado  que aun subsistía, de sus hijos, ancianos y enfermos. Había llegado la época escolar y los niños se negaban a asistir a la escuela, ya sea por jugar en sus desoladas tierras o por pastar sus animales que de hambre a veces tenían que dormir cuando la noche caía. El teniente gobernador  encargado de la inscripción de los nuevos alumnos, tenía que rogar a sus madres para que inscriban a sus hijos...



(Fragmento de la Novela "El Niño Juancho" de próxima publicación)


2 comentarios:

  1. aa PiOOla el rElatO ..tbM inTEreSANte..:!!1:.:P k TAL iNPiraCIOn..!

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  2. esta inspiraciòn ahora se va acrecentar por la presencia de una persona que me inspira a cada instante, y tu lo conoces...jejeje

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