lunes, 25 de febrero de 2013

LOS MUERTOS NO HABLAN, PERO ASUSTAN.- Relato.- Autor: Augusto Llosa Giraldo


LOS MUERTOS NO HABLAN, PERO 

ASUSTAN…


Nunca había caminado de noche por aquella vieja carretera ya abandonada hacia  años y por la cual ya nadie pasaba menos de noche. Recuerdo  que de niño cuando apenas llegaban las vacaciones y el consiguiente verano, me preparaba para visitar a mis tíos para pasar mis vacaciones en una hermosa casa hacienda  ubicada en la parte alta del valle, toda rodeada de árboles frutales, flores y enredaderas perfumadas que se mecían al compás del viento. No era nada fácil convencer a mis padres para lograr mi ansiada Libertad al menos por unos meses.

En uno de esos años cuando ya era joven y toda mi familia estaba de vacaciones en compañía del tío Juan, en una sobre mesa del después del almuerzo mi madre con su hermano comenzaron a comentar lo sucedido hacia años cuando mi madre descubrió los restos de seis personas todas ellas decapitadas, junto a cada una de sus cabezas se encontraban sus brazos,  piernas y demás pertenencias de los pobres campesinos sacrificados de mala forma. Mi madre con mucha vehemencia relataba que fue el olor nauseabundo que la guió para dar con este macabro hallazgo que se encontraba entre los cañaverales muy cerca al camino que conducía a la casa del tío.

Esa noche que fue la primera de tantas otras noches, luego de bajar del bus en plena carretera Panamericana, me adentré sólo por ese trecho carretero  ya olvidado y que yo nunca había caminado en medio de la oscuridad. Era una noche tenebrosa, muy oscura, había lloviznado horas antes, y los charcos de agua había por todos lados, y el croar de los sapos y otras sabandijas se dejaba escuchar en la vera de la inmensa acequia que corría paralela a la rustica vía de acceso al interior del valle.

La oscuridad de la noche no me asustaba ni menos la lluvia que parecía que nuevamente iba a mojarme, cómo siempre en estos casos me gustaba tararear unas canciones, y silbar fuerte como para darme seguridad y no sentirme solo. Todo estaba saliendo bien, pasé el primer puente sobre la acequia, me desvié de la vía principal hacia el lado derecho y comencé a subir una cuesta de unos sesenta grados muy animado, ya faltaban unos quinientos metros para llegar a mi destino, y antes de pasar a unos metros del segundo puente, sentí un leve cosquilleo cómo si alguien me estuviera siguiendo, voltee a mirar a  todos  lados pero  no había nada, me angustié, de pronto los pelos de mi cuerpo se pusieron de punta, se erizaron, en ese  momentos pensé que yo era un gato asustado, quería correr, me había quedado quieto en medio del  camino y en una oscuridad espantosa que lo dominaba todo,  pero me dominé, retomé la calma, me serené y retome  la caminata con mucho esfuerzo, sudaba y los nervios tensados estaban a punto de reventar, no sé cómo pase de ese maldito lugar que casi me hace perder la compostura y a creer que los muertos asustan a pesar de estar bien muertos...

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