CHIQUITÌN
Para los compañeros que lucharon por un
ideal en busca de justicia y libertad;
ofrendando su sangre con el cual está regado
el futuro de nuestra Patria. Y para quienes
todavía los barrotes de la prisión le niegan su
Libertad que jamás será vencida.
Y, para los compañeros Chilenos que
desafiaron a la dictadura, y hoy reclaman
Su Libertad…
El fuego cargado de rayos, parecía partir la tarde, en tanto que la lluvia estrepitosa caía sin cesar sobre esta tierra adoptiva que nos acoge, y que hacia correr a todos aquellos que no estaban preparados para soportar sus efectos devastadores.
La puerta principal de entrada se encontraba entreabierta, mientras los custodios se guarecían en una pequeña caseta de vigilancia, ubicada a un costado del enorme edificio de la prisión; en esas circunstancias “Chiquitín” , un viejo perro chusco todo mojado y asustado por los truenos, ingresó silenciosamente al Pabellón de Presos Políticos sin que nadie se diera cuenta para impedirlo.
Al encontrarse dentro del recinto carcelario comenzó a husmear y a buscar comida, tenía hambre, y fue bien recibido por los internos, quienes lo llamaban por diversos apelativos, otros querían cogerlo para acariciarlo, pero era muy arisco para estos tratos que nunca había recibido; otros le ofrecían comida, incluso pescado seco, etc. Comió de todo y cuando pudo saciar su voracidad canina, pero siempre cuidando una distancia prudente. A todos nos alegró está inusual visita que por años no teníamos ; pero llegó la noche inevitable, y es cuando los alcaides comienzan a cerrar todas las puertas-rejas que existen en cada pabellón, y “Chiquitín” cómo se le bautizó, quedó atrapado como un preso más dentro de ese inmenso local siniestro de dimensiones concéntricas.
Las horas corrían y cuando la mayoría de los internos descansaban, de pronto el perro comenzó a ladrar y a correr por todos los pasillos del pabellón, desesperadamente y a aullar con gritos lastimeros sin parar,
Hasta que se paró juntó a la reja de la entrada principal y lanzó un ladrido desgarrador que conmovió a todos. No había caso, lo único que teníamos que hacer era llamar al servicio de guardia que se apostaba afuera, y pedir que lo saquen para que se calle y todos podamos
dormir.
Y así fue, el delegado general del sector, dio la voz de inicio y todos los internos a un solo grito tuvimos que llamar a los custodios, quienes luego de unos minutos de intenso llamado, reiterado, hicieron su ingreso creyendo que era una emergencia médica habitual, de rutina, pero grande fue su sorpresa al constatar que era para “liberar” a un perro, y no podían explicarse cómo había ingresado a dicho lugar inaccesible para cualquier humano común y corriente, con todas las medidas de seguridad que contaba el penal de Máxima Seguridad del país.
Esta actitud aleccionadora del perro sensibilizo a todos los presos; nadie más habló después, el silencio era elocuente.
Esa noche muchos de los internos soñaron con su Libertad, y yo fui uno de ellos.
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