IPANI:
LA MONTAÑA MÁGICA
Dedicado a: X.S.D con emoción bravía y selecta que me
inspiro este modesto trabajo literario.
inspiro este modesto trabajo literario.
Desde que conocí Los Andes peruanos – soy costeño de
nacimiento - siempre quise tener la oportunidad de llegar a una de sus
cimas por más pequeña que ésta sea.
Durante mi estancia en Santa Lucia – Lampa – Puno, conocí el distrito de
Paratia, ubicado a más de 4,800 metros sobre el nivel del mar. Un lugar inhóspito, todo cubierto de hielo y
nieve como es el sector de Chilahuito, en donde la temperatura promedio es 5º
grados Celsius, en estas condiciones todos los días martes suben los
comerciantes en camiones que llevan sus productos para comercializar en la feria dominical, también conocido con
el nombre de “Q’ato” o plaza en idioma quechua. En donde se intercambia carne,
lana, o cuero por fideos, arroz, y otras mercaderías. Aquí en este lugar lejano
de nuestro país por primera vez palpe con mis manos la nieve y el frio del
hielo que te sobrecoge el alma.
En otro momento de mi permanencia en la región Puno,
tuve la oportunidad de conocer el distrito de Pichacani – Laraqueri,- Provincia
de Puno en una de sus parcialidades se ubica la montaña “Ipani” con cerca de
4,250 m.s.m a donde llegué con dos compañeros de la zona luego de una caminata
de más de tres horas. En el transcurso
del camino mis ocasionales acompañantes me comenzaron a comentar lo que ya
antes me había animado a conocer esta montaña, me reiteraron las maravillas que
iban a contemplar mis ojos y que jamás podría olvidar, siempre y cuando alcance
la cumbre de aquella montaña, y cuando les volví a reiterar qué es lo que vería
en específico ese día, me confirmaron que no me lo dirían porque era una
sorpresa para mi persona. Esta montaña colinda por el Sur con el distrito de
Acora, por el norte con el distrito de Puno.
Recuerdo que cuando llegamos a la cercanía de la
base de la mencionada montaña, pude contemplar a plenitud de su hermosura y me
prometí a junto a mis compañeros llegar a coronar su altura que tenía la forma
de un triángulo casi perfecto. Nos cobijamos en una rustica casucha construida
de piedra y protegida por el infaltable
ichu que existe por todos lados, en donde descansamos parte de la tarde y la
noche, cenamos nuestro fiambre y al final tomamos alcohol que llevamos en nuestra mochila, preparado en base a agua hervida y yerbas
aromáticas del lugar como la “Pura pura” que recogimos del campo hasta
quedarnos bien dormidos. Al día siguiente nos levantamos bien temprano de nuestras camas que eran pellejos de alpaca
y una raída frazada mil veces usada y que aún servía.
Ese mediodía nos alistamos para la escalada final,
antes preparamos un almuerzo que consistía
en una “Huatia” de papas asadas en un horno hecho de piedras calientes y
su respectivo queso que acompañamos con su rocoto molido que llevamos y saboreamos hasta saciar el hambre
que teníamos. Descansamos una hora y media más o menos y comenzamos los
preparativos para la ascensión hacia la
mencionada montaña que nos contemplaba reluciente, eran las 2.30 de la
tarde aproximadamente. Era un día esplendoroso de sol radiante, con un cielo
azul brillante que nos prometía una espectacular visión desde la altura. Comenzamos
a subir la cuesta que en forma ondulante trepaba la montaña. Avance unos trescientos
metros y ya sentía el cansancio y agotamiento que comenzó a hacer mella en mi
cuerpo, me quede último en la “fila india” que ascendía, y yo lentamente con
mucho esfuerzo avanzaba, daba unos diez o veinte pasos y me detenía, inspiraba
el poco oxigeno enrarecido que había en esas alturas y continuaba a paso lento.
Y cuando ya faltaba unos 100 metros más o menos para llegar a la cima, el agotamiento evidente que
sufría me hizo pensar que podría ser fatal para mí y francamente pensé en
renunciar a mi propósito, pero uno de los compañeros que estaba a unos 50
metros arriba, bajó para acompañarme y darme fuerzas para continuar. Me vio seguramente con una cara de asustado y me
dijo: ¡tranquilo compa, descansa relájate y pon de tu parte todo lo que puedas
para observar lo que pocos humanos han logrado contemplar desde estas
alturas…!!!.
Después de descansar unos veinte minutos me repuse
un poco y lentamente comencé a subir la ascensión hacia aquella montaña que me esperaba a pocos metros para coronar
la cima. En esos momentos no veía nada, solo sentía el fuerte dolor de mis piernas que estaban al borde del
colapso y mi corazón a punto de estallar por el poco oxigeno que recibía y la
angustia de contemplar lo que mis amigos
me habían señalado que vería en unos
minutos más. Cuando di el último paso ya en la cima circular que tenía un poco
de nieve, lo primero que hice fue recostarme en una piedra que cómo una especie
de banco había y allí medite una media hora hasta que me fue pasando el fuerte
dolor que tenía en el cuerpo y el dolor
de cabeza que me impedía mantenerme en
pie hasta ese momento. Cuando recupere la conciencia plena pude observar la
grandiosidad del espacio que me extasiaba y me hacía sentir una pequeñez en tan
vasto espacio azul serrano que me atrapaba con solo observarlo a la distancia.
Me lamenté mil veces que no haya llevado conmigo una cámara fotográfica que
pueda graficar esos momentos inolvidables que mis ojos contemplaban en esos
bellos momentos que viví a más de 4,250
m.s.m.
Las palabras sobran para expresar con certeza y
plenitud lo que observaban mis ojos en esas alturas del altiplano puneño. Por un lado podía contemplar
la grandiosidad del Lago Titicaca al sur este, al fondo las cumbres de la
cordillera del Illamani por el lado de Bolivia, por el lado oeste veía las cumbres de
los volcanes: Ubinas y el Omate que
lanzaban fumarolas de humo negro, y por encima de mi cabeza pasaba casi rasando
un hermoso cóndor que como bienvenida me saludaba. Era un espectáculo esplendoroso
que observaba, que al reaccionar comencé anotar en una libreta de apuntes que
siempre llevaba en mi mochila, para no olvidar jamás lo que por esas
circunstancias me tocó vivir. El tiempo como siempre nos marca el derrotero,
tuvimos que comenzar a bajar luego de haber permanecido por espacio de una hora
en: Ipani “La Montaña Mágica”.
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