EL FISCO
(Cuento)
Agonizaba doña Adelita Moncada en su lecho de muerte con cerca
de ochenta años a cuestas, y en los últimos instantes de su vida, haciendo un
gran esfuerzo se incorporó lentamente en forma sorpresiva y mandó llamar a un
notario público para testar sus pertenencias y herederos.
Aquella mujer rica, dueña de grandes propiedades en Casma Alta
y otros lugares de la provincia, nunca pudo tener hijos ya que todos sus
pretendientes que intentaron casarse con ella fracasaron debido a su carácter impositivo y complejo de
superioridad que le dio el apodo de “La Generala ”. Sus familiares
más cercanos también sufrieron al intentar tenerla a su lado. Su espíritu
independiente quizá adquirido por sus estudios en La Capital durante su
juventud, la llevó siempre a vivir sola en una gran casa hacienda que heredó,
luego que sus padres la hicieran heredera de la mitad de sus bienes que
compartió con su hermano mayor. Rodeada
de perros de diversas razas, gatos y loros; junto a una infinidad de aves de
corral que poblaban las plantas de árboles y flores que rodeaban la suntuosa
mansión.
Vivió alejada de la vida social del pueblo, dedicada
íntegramente a la actividad agrícola que dirigía personalmente, ya sea en la
siembra de algodón, maíz o arroz que por esa época se cultivaba en el valle.
Llegada a la vejez fue prácticamente olvidada en su hacienda; nadie
recordaba a Doña Adelita, otrora hermosa mujer, adorada por muchos y odiada por
otros, a no ser para comprarle sus
paltas o naranjas que ella a pesar de sus años
cuidaba.
Asi transcurrieron los años hasta que de pronto comenzó a
sentirse mal y descubrió a la postre que un extraño mal la había atacado,
situación que la obligó a guardar cama. En estas circunstancias conoció a una familia campesina proveniente de Quillo,
muy humilde, que cobijó en su inmensa casa hoy abandonada. Era una madre
soltera con dos jovencitos que comenzaron a alegrarle la vida a esta vieja
renegona que al verlos jugar, parece que en lo más profundo de su ser comenzó a
aflorar su sentimiento de madre frustrada. Cómo explicar entonces su maternal
comportamiento para con ellos en todo momento. Con el tiempo se hizo madrina de
ellos y al menor lo llegó a bautizar y llamarlos ahijados. Les compraba de todo
para que nada les falte e incluso salía a pasearse por los alrededores de su
casa – hacienda con el menor de sus ahijados que más
quería, y jugar con uno de sus perros preferidos.
La vecindad chismosa que le rodeaba a varias cuadras a la
redonda, murmuraban que la “vieja” estaba loca al cobijar esta compañía que
ella nunca aceptó en los mejores momentos de su vida. En todo este tiempo
comenzó a odiar a sus familiares y amigos
que en algunas oportunidades la iban a visitar y ella no los atendía simplemente.
Cuando llegó el momento supremo del final de sus días,
circunstancia que supo afrontar con
valiente actitud, nunca se quejó de nada , su mirada profunda, triste pero a la
vez altiva, esperaba impaciente la llegada del notario conocido del pueblo para
manifestar su última voluntad, frente a la gran cantidad d e bienes y riquezas
que poseía.
El rumor de su enfermedad y ahora de la agonía de Doña Adelita
corrió rápidamente entre los pobladores casmeños; todos hablaban y comentaban
de la fortuna que poseía y sus posibles herederos se preguntaban para quién o
para quienes dejará tal o cual chacra, casas que tenia en el pueblo, en el
campo; joyas que alguna vez lució en ceremonias oficiales las pocas veces que
se animó a asistir, ganado y dinero que guardaba en el banco.
Esa tarde llevó a muchos de sus parientes y amigos acercarse a
su casa para ser testigos de esta
inusual actitud. Dos de sus sobrinos, hijos de su único hermano llegaron
presurosos junto a otros familiares lejanos que se hicieron presente con el
notario y su secretario que portaba bajo el brazo un enorme libro encuadernado
de cuero. Ingresaron a la habitación que olía a timolina y se sorprendieron al
observar el perfecto orden en que se
encontraban sus pertenencias, y al fondo en medio una cama grande de metal de
color dorado se encontraba postrada doña Adelita que los observaba a todos
entre sorprendida y complaciente.
Rápidamente el notario se le
acercó a saludarla extendiéndole la mano, le hizo saber si estaba en
posibilidad de reconocer y manifestar su voluntad conscientemente, que según la Ley le exigía para dar fe de
lo actuado, a lo que doña Adelita asintiendo con su cabeza de cabellera blanca,
manifestó lentamente que si. El notario pudo observar que la anciana tenía en
sus manos una relación escrita de todos sus bienes, enseres y otros escritos en
papel sellado que llevaba su rúbrica, a lo que accedió a recoger y ordenó al
secretario a tomar nota en el libro de cuanto iba a preguntar a la moribunda.
A todas las preguntas que el notario hacía, en medio del más
completo silencio y expectativa, doña Adelita movía la cabeza, o en su defecto haciendo
un gran esfuerzo pronunciaba la palabra: Si o No. Al final de la relación de
los bienes, y ante la ansiedad de los presentes, el notario preguntó
directamente a doña Adelita:
-Doña Adelita Moncada para quién deja usted sus terrenos
agrícolas, del sector de….para sus sobrinos que se encuentran presentes?
-¡Nooo! – pronunció doña Adelita.
- Para su sobrino fulano…
- ¡Nooo,…! - volvió a señalar con gran dificultad.
-¡No…!
-¡Nooo!
-Entonces, para quién deja usted estos bienes, señaló el
notario, entre sorprendido y pasmado,
doña Adelita haciendo un esfuerzo supremo levanta su mano derecha con mucho
nerviosismo, y con el dedo índice señala directamente a los dos jóvenes
ahijados que asustados se encontraban en un rincón de la habitación, quienes
sorprendidos se miraban las caras sin saber que decir, en medio de un ambiente
de alboroto que se armó entre los familiares luego de saber la fatal desiciòn
de su tía que a ellos no los beneficiaba, sino a unos extraños advenedizos que
ellos no conocían. El notario comprendió la actitud de los jóvenes, por lo que
tuvo que acercarse a ellos y llevarlos cerca al lecho de doña Adelita, quienes
al verla comenzaron a llorar. El notario volvió a preguntarle a doña Adelita,
tomándole la cabeza de los jóvenes entre
sus manos, a lo que ella ratificó con una leve sonrisa y moviendo la cabeza en sentido afirmativo, y
pronunciando un rotundo: ¡Si! que se escuchó como una orden en toda la
habitación.
Continúo el notario señalando sus pertenencias y preguntando
para quién dejaba como heredero, doña Adelita continúo moviendo la cabeza
en forma negativa y balbuceando decía:
¡Nooo!
-
Entonces para quién deja toda su herencia que aún
falta testar…?
Se hizo un gran silencio en la habitación, todos se miraban
las caras, el ambiente se hizo tenso, con más de un nudo en la garganta, hasta
que doña Adelita se incorporó lentamente, su cara en un instante cobró vida,
sonrió llena de felicidad, miró a cada uno de los presentes y placidamente
pronunció:
-
¡Para el fisco…!
Pronunciada estas palabras se escuchó un suspiro profundo de
alivio, sin queja, doña Adelita acababa de morir en medio de la sorpresa y el
silencio, todos salieron menos los dos mozos que lloraban desconsoladamente alrededor
de la difunta.
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