jueves, 9 de agosto de 2012

EL FISCO.- Autor: Augusto Llosa Giraldo



EL FISCO
(Cuento)


Agonizaba doña Adelita Moncada en su lecho de muerte con cerca de ochenta años a cuestas, y en los últimos instantes de su vida, haciendo un gran esfuerzo se incorporó lentamente en forma sorpresiva y mandó  llamar a un  notario público para testar sus pertenencias y herederos.
Aquella mujer rica, dueña de grandes propiedades en Casma Alta y otros lugares de la provincia, nunca pudo tener hijos ya que todos sus pretendientes que intentaron casarse con ella fracasaron  debido a su carácter impositivo y complejo de superioridad  que le dio el apodo de “La Generala”. Sus familiares más cercanos también sufrieron al intentar tenerla a su lado. Su espíritu independiente quizá adquirido por sus estudios en La Capital durante su juventud, la llevó siempre a vivir sola en una gran casa hacienda que heredó, luego que sus padres la hicieran heredera de la mitad de sus bienes que compartió  con su hermano mayor. Rodeada de perros de diversas razas, gatos y loros; junto a una infinidad de aves de corral que poblaban las plantas de árboles y flores que rodeaban la suntuosa mansión.

Vivió alejada de la vida social del pueblo, dedicada íntegramente a la actividad agrícola que dirigía personalmente, ya sea en la siembra de algodón, maíz o arroz que por esa época se cultivaba en el valle.
Llegada a la vejez fue prácticamente olvidada en su hacienda; nadie recordaba a Doña Adelita, otrora hermosa mujer, adorada por muchos y odiada por otros, a  no ser para comprarle sus paltas o naranjas que ella a pesar de sus años  cuidaba.
Asi transcurrieron los años hasta que de pronto comenzó a sentirse mal y descubrió a la postre que un extraño mal la había atacado, situación que la obligó a guardar cama. En estas circunstancias conoció a  una familia campesina proveniente de Quillo, muy humilde, que cobijó en su inmensa casa hoy abandonada. Era una madre soltera con dos jovencitos que comenzaron a alegrarle la vida a esta vieja renegona que al verlos jugar, parece que en lo más profundo de su ser comenzó a aflorar su sentimiento de madre frustrada. Cómo explicar entonces su maternal comportamiento para con ellos en todo momento. Con el tiempo se hizo madrina de ellos y al menor lo llegó a bautizar y llamarlos ahijados. Les compraba de todo para que nada les falte e incluso salía a pasearse por los alrededores de su casa – hacienda con el menor de sus ahijados que  más  quería, y jugar con uno de sus perros preferidos.
La vecindad chismosa que le rodeaba a varias cuadras a la redonda, murmuraban que la “vieja” estaba loca al cobijar esta compañía que ella nunca aceptó en los mejores momentos de su vida. En todo este tiempo comenzó a odiar a sus familiares y amigos  que en algunas oportunidades la iban a visitar y ella no los atendía simplemente.
Cuando llegó el momento supremo del final de sus días, circunstancia que supo afrontar  con valiente actitud, nunca se quejó de nada , su mirada profunda, triste pero a la vez altiva, esperaba impaciente la llegada del notario conocido del pueblo para manifestar su última voluntad, frente a la gran cantidad d e bienes y riquezas que poseía.
El rumor de su enfermedad y ahora de la agonía de Doña Adelita corrió rápidamente entre los pobladores casmeños; todos hablaban y comentaban de la fortuna que poseía y sus posibles herederos se preguntaban para quién o para quienes dejará tal o cual chacra, casas que tenia en el pueblo, en el campo; joyas que alguna vez lució en ceremonias oficiales las pocas veces que se animó a asistir, ganado y dinero que guardaba en  el banco.
Esa tarde llevó a muchos de sus parientes y amigos acercarse a su casa para ser  testigos de esta inusual actitud. Dos de sus sobrinos, hijos de su único hermano llegaron presurosos junto a otros familiares lejanos que se hicieron presente con el notario y su secretario que portaba bajo el brazo un enorme libro encuadernado de cuero. Ingresaron a la habitación que olía a timolina y se sorprendieron al observar el perfecto orden  en que se encontraban sus pertenencias, y al fondo en medio una cama grande de metal de color dorado se encontraba postrada doña Adelita que los observaba a todos entre sorprendida y complaciente.
Rápidamente el notario se le  acercó a saludarla extendiéndole la mano, le hizo saber si estaba en posibilidad de reconocer y manifestar su voluntad conscientemente, que según la Ley le exigía para dar fe de lo actuado, a lo que doña Adelita asintiendo con su cabeza de cabellera blanca, manifestó lentamente que si. El notario pudo observar que la anciana tenía en sus manos una relación escrita de todos sus bienes, enseres y otros escritos en papel sellado que llevaba su rúbrica, a lo que accedió a recoger y ordenó al secretario a tomar nota en el libro de cuanto iba a preguntar a la moribunda.
A todas las preguntas que el notario hacía, en medio del más completo silencio y expectativa, doña Adelita movía la cabeza, o en su defecto haciendo un gran esfuerzo pronunciaba la palabra: Si o No. Al final de la relación de los bienes, y ante la ansiedad de los presentes, el notario preguntó directamente a doña Adelita:
-Doña Adelita Moncada para quién deja usted sus terrenos agrícolas, del sector de….para sus sobrinos que se encuentran presentes?
-¡Nooo! – pronunció doña Adelita.
- Para su sobrino fulano…
- ¡Nooo,…! -  volvió a  señalar con gran dificultad.
-¡No…!
-¡Nooo!
-Entonces, para quién deja usted estos bienes, señaló el notario,  entre sorprendido y pasmado, doña Adelita haciendo un esfuerzo supremo levanta su mano derecha con mucho nerviosismo, y con el dedo índice señala directamente a los dos jóvenes ahijados que asustados se encontraban en un rincón de la habitación, quienes sorprendidos se miraban las caras sin saber que decir, en medio de un ambiente de alboroto que se armó entre los familiares luego de saber la fatal desiciòn de su tía que a ellos no los beneficiaba, sino a unos extraños advenedizos que ellos no conocían. El notario comprendió la actitud de los jóvenes, por lo que tuvo que acercarse a ellos y llevarlos cerca al lecho de doña Adelita, quienes al verla comenzaron a llorar. El notario volvió a preguntarle a doña Adelita, tomándole la cabeza  de los jóvenes entre sus manos, a lo que ella ratificó con una leve sonrisa y  moviendo la cabeza en sentido afirmativo, y pronunciando un rotundo: ¡Si! que se escuchó como una orden en toda la habitación.
Continúo el notario señalando sus pertenencias y preguntando para quién dejaba como heredero, doña Adelita continúo moviendo la cabeza en  forma negativa y balbuceando decía: ¡Nooo!
-       Entonces para quién deja toda su herencia que aún falta testar…?
Se hizo un gran silencio en la habitación, todos se miraban las caras, el ambiente se hizo tenso, con más de un nudo en la garganta, hasta que doña Adelita se incorporó lentamente, su cara en un instante cobró vida, sonrió llena de felicidad, miró a cada uno de los presentes y placidamente pronunció:
-       ¡Para el fisco…!
Pronunciada estas palabras se escuchó un suspiro profundo de alivio, sin queja, doña Adelita acababa de morir en medio de la sorpresa y el silencio, todos salieron menos los dos mozos que lloraban desconsoladamente alrededor de la difunta.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario