martes, 7 de agosto de 2012

LAS ALDAS. Relato .- Autor: Augusto Llosa Giraldo


LAS ALDAS


           La arenisca  caliente y terrosa  se  levantaba  en grandes proporciones en aquel terreno desértico que bordea la costa agreste; no había un solo elemento viviente en muchos  kilómetros a la redonda; Sólo la estela turbulenta de la camioneta denotaba presencia humana en aquella senda virgen que se habría paso con grandes dificultades, en medio de un día soleado de marzo; Oscar, iba al volante sudoroso y concentrado que con gran habilidad sorteaba cada uno de los obstáculos en aquel paraje intransitable lleno de baches, curvas y pendientes peligrosas;  Había decidido cortar camino por un trecho poco conocido qué sólo los más intrépidos  aventureros podían desafiar  en épocas de verano. Tenía que llegar al lugar indicado antes de la puesta del sol.
La ruta inevitable que había emprendido era larga, desprovista de poblados, sólo en parte el mar se veía reluciente, azul, para luego desaparecer por entre los inmensos cerros  oscuros, luego aparecía el desierto inmenso, mudo  a semejanza de una mesa áspera sin pulir, ondeante por entre dunas hermosas, que de trecho en trecho aparecían  como medias lunas despeinadas por el viento proveniente del mar.
Había partido al mediodía luego de una mañana agitada de compras, encargos, y la compañía del Dr. Joaquín Bataglia recién llegado del extranjero, quien  lo había contratado como chofer, para traer de regreso a todos los expedicionarios de la Misión Científica que él dirigía de una connotada Universidad Europea; fue muy explícito en sus recomendaciones  y bondadoso en el pago de su servicio, lo cual entusiasmó  y lleno de  valor a Oscar. No era la primera vez que lo hacía  sólo que esta vez   la ruta que había tomado era más corta  para el tiempo señalado, por lo que tenía seguridad en hacerlo muy pronto para cumplir con su cometido.

            La expedición arqueológica había cumplido los plazos señalados de trabajo, en una zona costera del litoral casmeño, cuyos resultados nada halagadores impidieron una nueva autorización oficial; situación que incomodaba al Dr. Bataglia  que no dudaba en retornar pronto a su país. Las expectativas formuladas en este proyecto fueron muy difundidos por la prensa especializada tanto del país, como en el exterior, lo cual comprometía el prestigio alcanzado del profesional en su calidad de director, que de regreso al Perú sólo atinó a señalar , ante el requerimiento de la prensa, qué por falta de presupuesto la importante misión  había suspendido sus labores, que por más de quince  meses de ininterrumpidos trabajos había desarrollado en “El Huaro”  en busca de una ciudadela pre-inca, que según los estudios se encontraba sepultada entre los arenales.
El viento fuerte calcinante de la costa, que todas las tardes azota con dureza los extensos desiertos del norte, impide ver con normalidad un trayecto cualquiera; la arena y el sopor que agobia a tan altas temperaturas no era impedimento para que el joven chofer dirigiese su máquina con seguridad por aquella marginal pocas veces transitada.
La jornada era dura, lo cual exigía el mayor esfuerzo, que no dudaba en lograr; hacía dos horas que había iniciado el viaje, y aún faltaba un poco más, en tanto que la tarde caía sobre el poniente y los primeros signos de calma se dejaban notar. Solo el ruido característico del motor rompía el silencio aparente que se ceñía sobre aquel terreno desolado.
Conocía el peligro que entrañaba aquella decisión de vadear la carretera para cortar el trayecto. Sólo el instinto audaz podía asegurar que el éxito le sonreiría una vez más. De pronto el atardecer  lo fue envolviendo lentamente, tuvo que moderar la velocidad del vehículo para no cometer alguna imprudencia lamentable. A estas alturas del camino se comenzó a preguntar.- ¿no habré cometido una imprudencia  por pretender ahorrar tiempo? pero que se puede hacer.- se dijo.- Sí  ya estoy cerca al lugar  y con un poco de suerte llegaré en unos minutos más. Los faros iluminaban  con dificultad los estrechos senderos qué en la medida que la noche se acentuaba, no podía divisar; el terreno de pronto cambió su configuración y  era muy peligroso continuar; los neumáticos violentamente saltaban, hasta que en una curva pronunciada al girar el timón, éste se quedó plantado produciéndose  una fuerte explosión qué por poco se voltea. ¡No doy más¡.- se dijo .- tengo que forzosamente esperar que amanezca para reparar el daño y continuar. Repuesto ya del susto se dio cuenta que estaba bañado en sudor, de arena que le cubría todo el cuerpo, y que le incomodaba tremendamente. Tomó un bidón de agua que llevaba, se desnudó en medio de un cielo transparente que lo envolvía, y lentamente se fue bañando de a pocos con un vaso, hasta que el alivio le colmó el espíritu.

              A esas  horas un silencio sepulcral endurecía el ambiente natural que lo protegía, atenuado de rato en rato por una suave brisa con olor a mar que corría de sur a norte. Ello aliviaba en parte la desazón que le embargaba, en momentos en que el hambre le hacía comer unas galletas y beber una gaseosa con aparente satisfacción. La dureza del camino comenzó a manifestarse en su cuerpo, con fuertes dolores de espalda y brazos que le obligó a descansar para relajarse .- Voy a dormir como una marmota para levantarme temprano¡.- Murmuró entre dientes.- Para ello prendió la radio y  escuchar un poco de música que le permitiera despejar su mente, y cuando ya se disponía a cerrar los ojos, sintió ganas de orinar, entonces, abrió la portezuela de la camioneta  y salió a campo abierto, dejando la radio escuchar una conocida melodía que corrió  en el  ambiente; lo recibió  un viento esquivo que a intervalos lo acariciaba dejándole una sensación indescriptible de tranquilidad y sosiego que nunca había experimentado. Sorpresivamente levantó la mirada al cielo y quedó maravillado, atónito al contemplar la majestuosidad de la noche estrellada que en su más mínimo detalle se dejaba divisar. Fueron segundos o quizás minutos que permaneció inmóvil, anonadado, embelesado por aquel espectáculo sideral inusual que de pronto fue roto por una tenue luz  que se extendía cada vez más, con un color dorado intenso, a unos quinientos metros o más hacía al norte. Su sorpresa fue tan grande que no podía creer lo que sus ojos veían, era algo así como una llamarada localizada detrás  de una colina que con mucha nitidez  se podía contemplar; pasmado tardó unos instantes en cerciorarse sí estaba dormido o despierto, movió la cabeza a todos lados, cómo tratando de buscar ayuda, pero nada. Estaba solo en aquel paraje solitario. Entonces sus ojos volvieron a mirar la deslumbrante luz  con más confianza que lo atraía, lo embriagaba.
No lo pensó mucho y armado de valor, decidió ir al encuentro de aquel misterioso resplandor de grandes proporciones que lo atraía como imán.
Se acercó al vehículo, apagó la radio y cerró la puerta con sumo cuidado, y comenzó a caminar con cautela, pero resuelto a conocer la verdad de aquel fantástico suceso.

            Lo inexplicable tiene el beneficio de la duda, cómo creer en algo que sencillamente no era posible que existiera, pero los hechos en ese momento eran evidencia palpable.  Cómo explicarse y creer,- se decía.- Oscar, mientras avanzaba cautivado con firmeza, puesto los ojos fijos en está luz etérea muy rara que le daba una brillantez extraña. Sigilosamente se fue acercando al borde del médano arenoso que la protegía, y comenzó a trepar lentamente, y cada vez que daba un paso se hundía, pero luego de mucho esfuerzo logró llegar a lo alto; y grande fue su sorpresa, que lo obligó a caer de rodillas, sudoroso, al contemplar al fondo un valle una ciudadela de grandes proporciones que parecía arder, mientras del cielo caía una lluvia repentina de luces fugaces que inmediatamente desaparecían. Absorto, maravillado se dejó conducir rápidamente a grandes pasos por una senda empedrada que daba acceso al interior del complejo arquitectónico. Su intrepidez quedó complicada  luego de cruzar por una de las inmensas puertas de la alta muralla protectora, al descubrir interminables callejuelas estrechas que desembocaban en amplias avenidas simétricamente trazadas por una inteligencia superior, desconocida qué no podía explicarse en esos momentos, además sus escasos estudios le impedían conocer más; siguió caminando por plazas y calles  bellamente adornadas con colosales monolitos propios de una cultura muy desarrollada e ignorada hasta entonces; cansado y vencido por el natural miedo humano, se decidió ingresar al interior de uno de los suntuosos y magníficos palacios que de lejos se divisaba. éste se ubicaba en lo alto de una meseta que dominaba con todo su esplendor el valle; la escalera de ingreso estaba finamente labrada en roca viva en forma de S de unos cincuenta metros de largo por unos tres metros de ancho, el frontis principal  descansaba  sobre una plazoleta de forma concéntrica toda adoquinada con piedras ovoides de colores diversos; la construcción tenía paredes de granito o algo parecido de dimensiones asintóticas, con figuras llamativas en bajo relieve que sobre la puerta asemejaban ser eternos guardianes; el más terrible parecía ser la mirada de un cóndor gigante que con sus alas abiertas daba la sensación de querer atacar.  Había también jaguares, pumas y peces extraños que en todo el contorno del salón  principal parecían vigilar. En la parte alta se hallaba un santuario al que había que  por una escalera de mármol color  Rosado. éste tenía pequeños terraplenes en tres niveles, todos en forma de U , en la parte central se alzaba la figura de un deslumbrante disco solar de oro macizo, de unos tres metros de diámetro, que con sus espigados rayos cubrían casi toda la parte lateral del edificio; en estas  circunstancias, Oscar no pudo contener  la emoción, y en un extraño éxtasis que lo embargo, se abalanzó sobre un conjunto de estatuillas de oro de todo tamaño que se encontraban sobre los terraplenes.- al parecer.- eran ofrendas sagradas dejadas en señal de veneración que el intruso no supo valorar, ni menos comprender en ese momento.
La magnificencia del aposento y todos los lugares brillaban con esa luz misteriosa que lo resplandecía todo, y permitía observar con todo detalle a grandes distancias; Era sencillamente, o extrañamente, extraordinario, fantástico...
                                                                                                
              La madrugada asintió sus primeros resquemores permitiendo que el alba dejara filtrar su primer atisbo de luz, y se hizo la mañana.
Qué había sucedido con Oscar, luego que amaneció,  que fue  hallado perdido en estado inconsciente, luego de una intensa búsqueda  por entre los arenales cercanos al mar, con los ojos desorbitados y balbuceando palabras incoherentes, señalando a cada rato con el dedo índice un lugar denominado: “Las Haldas” que  repetía sin cesar. Antes de ser internado en clínica siquiátrica de la Capital y ser abandonado, se le encontró en uno de sus bolsillos una pequeña estatuilla de oro de incalculable valor que el profesor Bataglia ocultó, y se lo llevó a su país como único recuerdo de su frustrada expedición, y que hoy se exhibe con orgullo  en el museo de la Universidad; catalogado con el nombre de: “Cultura Las Haldas”.- Período Formativo Temprano.- 1,800 años a.C. – Casma – Ancash – Perú.









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