LAS ALDAS
La arenisca caliente y terrosa se
levantaba en grandes proporciones
en aquel terreno desértico que bordea la costa agreste; no había un solo
elemento viviente en muchos kilómetros a
la redonda; Sólo la estela turbulenta de la camioneta denotaba presencia humana
en aquella senda virgen que se habría paso con grandes dificultades, en medio
de un día soleado de marzo; Oscar, iba al volante sudoroso y concentrado que
con gran habilidad sorteaba cada uno de los obstáculos en aquel paraje
intransitable lleno de baches, curvas y pendientes peligrosas; Había decidido cortar camino por un trecho
poco conocido qué sólo los más intrépidos
aventureros podían desafiar en
épocas de verano. Tenía que llegar al lugar indicado antes de la puesta del
sol.
La ruta inevitable que había emprendido era larga, desprovista de
poblados, sólo en parte el mar se veía reluciente, azul, para luego desaparecer
por entre los inmensos cerros oscuros,
luego aparecía el desierto inmenso, mudo
a semejanza de una mesa áspera sin pulir, ondeante por entre dunas
hermosas, que de trecho en trecho aparecían
como medias lunas despeinadas por el viento proveniente del mar.
Había partido al mediodía luego de una mañana agitada de compras,
encargos, y la compañía del Dr. Joaquín Bataglia recién llegado del extranjero,
quien lo había contratado como chofer,
para traer de regreso a todos los expedicionarios de la Misión Científica
que él dirigía de una connotada Universidad Europea; fue muy explícito en sus
recomendaciones y bondadoso en el pago
de su servicio, lo cual entusiasmó y
lleno de valor a Oscar. No era la
primera vez que lo hacía sólo que esta
vez la ruta que había tomado era más
corta para el tiempo señalado, por lo
que tenía seguridad en hacerlo muy pronto para cumplir con su cometido.
La expedición
arqueológica había cumplido los plazos señalados de trabajo, en una zona
costera del litoral casmeño, cuyos resultados nada halagadores impidieron una
nueva autorización oficial; situación que incomodaba al Dr. Bataglia que no dudaba en retornar pronto a su país.
Las expectativas formuladas en este proyecto fueron muy difundidos por la
prensa especializada tanto del país, como en el exterior, lo cual comprometía
el prestigio alcanzado del profesional en su calidad de director, que de
regreso al Perú sólo atinó a señalar , ante el requerimiento de la prensa, qué
por falta de presupuesto la importante misión
había suspendido sus labores, que por más de quince meses de ininterrumpidos trabajos había
desarrollado en “El Huaro” en busca de
una ciudadela pre-inca, que según los estudios se encontraba sepultada entre
los arenales.
El viento fuerte calcinante de la costa, que todas las tardes azota con
dureza los extensos desiertos del norte, impide ver con normalidad un trayecto
cualquiera; la arena y el sopor que agobia a tan altas temperaturas no era
impedimento para que el joven chofer dirigiese su máquina con seguridad por
aquella marginal pocas veces transitada.
La jornada era dura, lo cual exigía el mayor esfuerzo, que no dudaba en
lograr; hacía dos horas que había iniciado el viaje, y aún faltaba un poco más,
en tanto que la tarde caía sobre el poniente y los primeros signos de calma se
dejaban notar. Solo el ruido característico del motor rompía el silencio
aparente que se ceñía sobre aquel terreno desolado.
Conocía el peligro que entrañaba aquella decisión de vadear la carretera
para cortar el trayecto. Sólo el instinto audaz podía asegurar que el éxito le
sonreiría una vez más. De pronto el atardecer
lo fue envolviendo lentamente, tuvo que moderar la velocidad del
vehículo para no cometer alguna imprudencia lamentable. A estas alturas del
camino se comenzó a preguntar.- ¿no habré cometido una imprudencia por pretender ahorrar tiempo? pero que se
puede hacer.- se dijo.- Sí ya estoy
cerca al lugar y con un poco de suerte
llegaré en unos minutos más. Los faros iluminaban con dificultad los estrechos senderos qué en
la medida que la noche se acentuaba, no podía divisar; el terreno de pronto
cambió su configuración y era muy
peligroso continuar; los neumáticos violentamente saltaban, hasta que en una
curva pronunciada al girar el timón, éste se quedó plantado produciéndose una fuerte explosión qué por poco se voltea.
¡No doy más¡.- se dijo .- tengo que forzosamente esperar que amanezca para reparar
el daño y continuar. Repuesto ya del susto se dio cuenta que estaba bañado en
sudor, de arena que le cubría todo el cuerpo, y que le incomodaba
tremendamente. Tomó un bidón de agua que llevaba, se desnudó en medio de un
cielo transparente que lo envolvía, y lentamente se fue bañando de a pocos con
un vaso, hasta que el alivio le colmó el espíritu.
A esas horas un silencio sepulcral endurecía el
ambiente natural que lo protegía, atenuado de rato en rato por una suave brisa
con olor a mar que corría de sur a norte. Ello aliviaba en parte la desazón que
le embargaba, en momentos en que el hambre le hacía comer unas galletas y beber
una gaseosa con aparente satisfacción. La dureza del camino comenzó a
manifestarse en su cuerpo, con fuertes dolores de espalda y brazos que le
obligó a descansar para relajarse .- Voy a dormir como una marmota para
levantarme temprano¡.- Murmuró entre dientes.- Para ello prendió la radio
y escuchar un poco de música que le
permitiera despejar su mente, y cuando ya se disponía a cerrar los ojos, sintió
ganas de orinar, entonces, abrió la portezuela de la camioneta y salió a campo abierto, dejando la radio
escuchar una conocida melodía que corrió
en el ambiente; lo recibió un viento esquivo que a intervalos lo acariciaba
dejándole una sensación indescriptible de tranquilidad y sosiego que nunca
había experimentado. Sorpresivamente levantó la mirada al cielo y quedó
maravillado, atónito al contemplar la majestuosidad de la noche estrellada que
en su más mínimo detalle se dejaba divisar. Fueron segundos o quizás minutos
que permaneció inmóvil, anonadado, embelesado por aquel espectáculo sideral
inusual que de pronto fue roto por una tenue luz que se extendía cada vez más, con un color
dorado intenso, a unos quinientos metros o más hacía al norte. Su sorpresa fue
tan grande que no podía creer lo que sus ojos veían, era algo así como una
llamarada localizada detrás de una
colina que con mucha nitidez se podía
contemplar; pasmado tardó unos instantes en cerciorarse sí estaba dormido o
despierto, movió la cabeza a todos lados, cómo tratando de buscar ayuda, pero
nada. Estaba solo en aquel paraje solitario. Entonces sus ojos volvieron a
mirar la deslumbrante luz con más
confianza que lo atraía, lo embriagaba.
No lo pensó mucho y armado de valor, decidió ir al encuentro de aquel
misterioso resplandor de grandes proporciones que lo atraía como imán.
Se acercó al vehículo, apagó la radio y cerró la puerta con sumo cuidado,
y comenzó a caminar con cautela, pero resuelto a conocer la verdad de aquel
fantástico suceso.
Lo inexplicable tiene
el beneficio de la duda, cómo creer en algo que sencillamente no era posible
que existiera, pero los hechos en ese momento eran evidencia palpable. Cómo explicarse y creer,- se decía.- Oscar,
mientras avanzaba cautivado con firmeza, puesto los ojos fijos en está luz
etérea muy rara que le daba una brillantez extraña. Sigilosamente se fue
acercando al borde del médano arenoso que la protegía, y comenzó a trepar
lentamente, y cada vez que daba un paso se hundía, pero luego de mucho esfuerzo
logró llegar a lo alto; y grande fue su sorpresa, que lo obligó a caer de
rodillas, sudoroso, al contemplar al fondo un valle una ciudadela de grandes
proporciones que parecía arder, mientras del cielo caía una lluvia repentina de
luces fugaces que inmediatamente desaparecían. Absorto, maravillado se dejó
conducir rápidamente a grandes pasos por una senda empedrada que daba acceso al
interior del complejo arquitectónico. Su intrepidez quedó complicada luego de cruzar por una de las inmensas
puertas de la alta muralla protectora, al descubrir interminables callejuelas
estrechas que desembocaban en amplias avenidas simétricamente trazadas por una
inteligencia superior, desconocida qué no podía explicarse en esos momentos,
además sus escasos estudios le impedían conocer más; siguió caminando por
plazas y calles bellamente adornadas con
colosales monolitos propios de una cultura muy desarrollada e ignorada hasta
entonces; cansado y vencido por el natural miedo humano, se decidió ingresar al
interior de uno de los suntuosos y magníficos palacios que de lejos se
divisaba. éste se ubicaba en lo alto de una meseta que dominaba con todo su
esplendor el valle; la escalera de ingreso estaba finamente labrada en roca
viva en forma de S
de unos cincuenta metros de largo por
unos tres metros de ancho, el frontis principal
descansaba sobre una plazoleta de
forma concéntrica toda adoquinada con piedras ovoides de colores diversos; la
construcción tenía paredes de granito o algo parecido de dimensiones
asintóticas, con figuras llamativas en bajo relieve que sobre la puerta
asemejaban ser eternos guardianes; el más terrible parecía ser la mirada de un
cóndor gigante que con sus alas abiertas daba la sensación de querer
atacar. Había también jaguares, pumas y
peces extraños que en todo el contorno del salón principal parecían vigilar. En la parte alta
se hallaba un santuario al que había que
por una escalera de mármol color
Rosado. éste tenía pequeños terraplenes en tres niveles, todos en forma
de U , en la parte central se
alzaba la figura de un deslumbrante disco solar de oro macizo, de unos tres
metros de diámetro, que con sus espigados rayos cubrían casi toda la parte
lateral del edificio; en estas circunstancias,
Oscar no pudo contener la emoción, y en
un extraño éxtasis que lo embargo, se abalanzó sobre un conjunto de estatuillas
de oro de todo tamaño que se encontraban sobre los terraplenes.- al parecer.-
eran ofrendas sagradas dejadas en señal de veneración que el intruso no supo
valorar, ni menos comprender en ese momento.
La magnificencia del aposento y todos los lugares brillaban con esa luz
misteriosa que lo resplandecía todo, y permitía observar con todo detalle a
grandes distancias; Era sencillamente, o extrañamente, extraordinario,
fantástico...
La madrugada asintió
sus primeros resquemores permitiendo que el alba dejara filtrar su primer
atisbo de luz, y se hizo la mañana.
Qué había sucedido con Oscar, luego que amaneció, que fue
hallado perdido en estado inconsciente, luego de una intensa
búsqueda por entre los arenales cercanos
al mar, con los ojos desorbitados y balbuceando palabras incoherentes,
señalando a cada rato con el dedo índice un lugar denominado: “Las Haldas” que repetía sin cesar. Antes de ser internado en
clínica siquiátrica de la
Capital y ser abandonado, se le encontró en uno de sus
bolsillos una pequeña estatuilla de oro de incalculable valor que el profesor
Bataglia ocultó, y se lo llevó a su país como único recuerdo de su frustrada
expedición, y que hoy se exhibe con orgullo
en el museo de la
Universidad ; catalogado con el nombre de: “Cultura Las
Haldas”.- Período Formativo Temprano.- 1,800 años a.C. – Casma – Ancash – Perú.
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