HOMENAJE A CARLOS OQUENDO Y AMAT
En esta noche
lluviosa, puneñista, muy cerca de tu tierra amada; con ese olor propio de tu
tierra santa, leo pacientemente el voluminoso esfuerzo de tú condición; conozco
tu pobreza franciscana, cómo tu grandeza inolvidable por los pobres que fue el
final de tu inmolación en Navacerrada,
Carlos.
Y, cómo nos duele
saberte tan lejano para llevarte un poquito de mi aliento, de mi añoranza
provinciana que te acoge humildemente, y te hace suyo, hermano.
Cómo pudiste
soportar tanto lo que pocos han escrito, o han callado cómplices para ocultar
la genialidad propia de tu pluma invencible en donde el verbo rebelde te
recuerda y llora en la profundidad roja de mi corazón que sufre la ausencia de
tus latidos que ya no dan la hora en estos años insulsos, dolidos que nos
consumen a pocos, en un rincón olvidado de tu pueblo, que sufre como yo y no te
olvida.
Disculpa, hermano
por estas palabras embebidas, nostálgicas, pero te prometo por estas rejas
frías que me enrejan, y el aire tuyo que respiro, que no cesaré en devolverte
el favor que te tengo pendiente por haberte conocido voluntariamente en abril,
y mas exactamente un catorce más un día. Porque a decir verdad, te debo mucho
de ésta inspiración que me a cogido plenamente hasta el cogote, y a inundado
tus palabras todas mis neuronas – cómo dulce savia – para no olvidarlas
¡Nunca!, pronto te visitaré para dialogar y confesarte personalmente una verdad
indiscutible, amigo Carlos Oquendo de Amat.
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