miércoles, 24 de octubre de 2012

EL DUENDECILLO. Relato.- Autor: Augusto Llosa Giraldo




EL DUENDECILLO



Uno de los hechos inexplicables, fascinantes que he experimentado en mi niñez, fue entre otros hechos  la aparición de un pequeño duendecillo, cuando en una noche por casualidad lo contemplé sorpresivamente. Estoy seguro que nadie me creerá, o dirán que es un invento mío, o simplemente  un cuento de los tantos que se ha escrito:

“Era una  noche tediosa de verano, y digo que era verano por los zancudos fastidiosos que por esas temporadas de lluvia y agua abundan en la zona. Mi madre  como de costumbre en casa, ante cualquier imprevisto doméstico me mandaba como hijo mayor  a comprar en el “tambo” de la señora Chang, que se encontraba a la entrada de la calle, a una distancia más o menos de 100 metros. Por esos tiempos no había luz eléctrica en el lugar en donde vivíamos y para llegar a la pequeña tienda  teníamos  que pasar por un pequeño puente de palos que sobre la acequia existía y daba paso a los lugareños.
Dicho puente se encontraba  a unos 20 metros de la calle principal que tenia el último poste de alumbrado público.  Dicha calle y el puente  formaban una L, mientras que la  luz tenue, débil apenas si reflejaba su luz en ese lugar.
Seria alrededor de las ocho de la noche, cuando salí de casa a comprar querosene para las lámparas, por ello mis padres salían a la puerta  con una linterna de mano a alumbrarme hasta donde llegaba su luz, lo hacían para que yo no tenga miedo, ya que el calle estaba en medio de una floresta de sauces, pacaes y naranjas, bastante estrecha.
Caminé como siempre apurado y al llegar al mencionado puente, sentí que algo se movía en  la acequia, que por cierto ese día no llevaba agua, y al voltear la cabeza hacia el lado derecho, pude observar con el halo de la luz que se filtraba  por entre las hojas de plátano, que por debajo de la acequia, habia   un pequeño hombrecillo que vestía un traje color oscuro de unos 50 centímetros de tamaño, quien  con una de sus  manitos  regordetes me llamaba para que yo le prestara atención.
Al verlo quedé paralizado, estupefacto y poco a poco el miedo me fue atrapando, y  no podía  gritar. Entonces  al verme mis padres que no me movía del lugar, mi madre comenzó a correr gritando por mi nombre, preocupada, detrás le seguía mi padre con la linterna, ya que era un hombre tímido y miedoso. En ese instante el duendecillo desapareció de mis ojos como por arte de magia.
Me encontraron parado como una estaca, frío, con los ojos desorbitados tratando de balbucear palabras pero solo me salía espuma de la boca.  Al verme mi madre me abrazó llorando y yo haciendo un esfuerzo, antes de desmayarme levanté una de mis manos y con el dedo índice señalaba el lugar en donde el hombrecillo había tratado de llevarme.
Mi padre me cargó, y de inmediato llamaron a los vecinos para contarle  lo sucedido. Una de las comadres de mi madre le aconsejó que para que yo recupere el habla, tenía que tomar el caldo de cresta de un gallo de corral.

No recuerdo cuanto tiempo estuve inconsciente, pero al recuperar la lucidez, me di cuenta que en  mi  cuello colgaba una cresta roja del gallo sacrificado. Esto sucedió cuando yo tendría unos ocho añitos de edad en mi ciudad natal como es Casma: "Tierra del eterno sol y del Guerrero de Sechín".




                

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