miércoles, 24 de octubre de 2012

UN S.O.S .- Relato. Autor: Augusto Llosa Giraldo.



UN   S. O. S


Las calles parecían un desierto alargado, vacío, huérfano de quienes habían sido sus beneficiarios y constructores? ¿Qué había sucedido aquella mañana innombrable que nadie quería recordar. Los pocos transeúntes que pasaban rápidamente cómo fantasmas de este a oeste a penas sí querían hablar cuándo se le preguntaba por los pormenores de lo sucedido; silencio total y miradas esquivas fue la respuesta aparente a  nuestra inquietud que no encontró otra explicación en aquel enigmático momento.
Todo había trascurrido en minutos silenciosos que nadie se percató en un primer momento; sólo las aves  y lo semáforos  presintieron sus consecuencias fatales a tiempo; los primeros cómo por un efecto extraño fueron lanzados en bandadas por un viento sorpresivo que los arrojó muy lejos, en cambio los semáforos temblaban sin luz cómo queriendo correr. ¿Qué estaba pasando en mi ciudad de amurallados contrastes y vívida existencia?
Seguí caminando anonadado, perplejo por aquellas calles desiertas, furiosamente barridas por un viento inusual que nadie podía soportar, y que literalmente me quería levantar en peso, recibiendo no sólo polvo contaminado, sino latas vacías, cartones, papeles estrujados y embarrados con mierda y lodo. ¿A dónde me dirigía? No lo sabia, pero algo me decía que debía continuar  en aquella dirección, mientras el sol parecía ocultarse  tras el manto oscuro que formaba el polvo denso que cubría plenamente la ciudad.
Mis piernas apenas sí podían sostenerme de la furia del viento, tuve que detenerme y cogerme fuertemente de un poste que temblaba igual que  yo. Aterrado ya sin tener que hacer, ni decir nada, con la mirada escondida entre el poste y mi mano que la cubría; a lo lejos escuché un leve murmullo que me llevó a intentar mirar el cielo, y luego de varios minutos con dificultad pude observar un helicóptero que apenas se podía sostener  en el aire. Daba tumbos peligrosos en medio de un panorama estremecedor y violento.
De pronto se escuchó una voz por el altavoz que lanzaba un S.O.S  ordenando: “Todos los ciudadanos deben abandonar la ciudad en forma ordenada…” No escuché más, comencé a correr desesperado, casi volaba, el pánico me había cogido completamente y corría y corría, angustiosamente, hasta que doble por una calle hacia el lado derecho y ¡ Zaaas ¡ resbalé y comencé a caer por un túnel, angosto, oscuro, sin fondo, grité, griteee… hasta sentir ahogarme en  mi propia saliva y morir.

Desperté en la sala de un hospital, completamente vendado de pies a cabeza con una máscara de oxigeno conectado a mi nariz; a mi alrededor pude observar unos hombres vestidos de blanco que me miraban, mientras uno me auscultaba con una estetoscopio, el que parecía ser el jefe de los médicos. Al darse cuenta que qué había recuperado la conciencia se aglomeraron a mi alrededor, me tomaron el pulso, me sacaron la máscara de oxigeno y al fin me hablaron en un idioma que no entendía. Me sobrepuse con esfuerzo y pregunté:

.- ¿Dónde estoy?

.- ¿Qué ha pasado?

Uno de los galenos al verme  angustiado, contestó en español:

.- ¡Estas en Florida, Estados Unidos de Norteamérica…¡¡¡

.- ¡Eres el único sobreviviente del  avión que se accidentó hace tres días ¡¡¡

Me sobresalté en la cama y cómo si una chispa  eléctrica me tocara, me estremecí completamente, y comencé a convulsionar. Había comenzado a recordar todo lo sucedido en aquel avión que abordé, y especialmente de aquel sueño aterrador  que aùn recuerdo, quise sobreponerme pero un fuerte dolor en  la espalda me paralizó; continué llorando al recordar  todo lo sucedido, mientras observaba por la ventana a un pequeño colibrí  que afuera en el jardín sobrevolaba  como tratando de ingresar.
Una de las enfermeras al verme con cara de moribundo, abriò la pequeña ventana  còmo para congraciarse conmigo, en tanto yo de un sorbo intenso saboreaba el  aire fresco que me repuso el alma.
                                  

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