UN S. O. S
Las calles parecían un desierto
alargado, vacío, huérfano de quienes habían sido sus beneficiarios y
constructores? ¿Qué había sucedido aquella mañana innombrable que nadie quería
recordar. Los pocos transeúntes que pasaban rápidamente cómo fantasmas de este
a oeste a penas sí querían hablar cuándo se le preguntaba por los pormenores de
lo sucedido; silencio total y miradas esquivas fue la respuesta aparente a
nuestra inquietud que no encontró otra explicación en aquel enigmático momento.
Todo había trascurrido en minutos
silenciosos que nadie se percató en un primer momento; sólo las aves y lo
semáforos presintieron sus consecuencias fatales a tiempo; los primeros
cómo por un efecto extraño fueron lanzados en bandadas por un viento sorpresivo
que los arrojó muy lejos, en cambio los semáforos temblaban sin luz cómo
queriendo correr. ¿Qué estaba pasando en mi ciudad de amurallados contrastes y
vívida existencia?
Seguí caminando anonadado,
perplejo por aquellas calles desiertas, furiosamente barridas por un viento
inusual que nadie podía soportar, y que literalmente me quería levantar en
peso, recibiendo no sólo polvo contaminado, sino latas vacías, cartones,
papeles estrujados y embarrados con mierda y lodo. ¿A dónde me dirigía? No lo
sabia, pero algo me decía que debía continuar en aquella dirección,
mientras el sol parecía ocultarse tras el manto oscuro que formaba el
polvo denso que cubría plenamente la ciudad.
Mis piernas apenas sí podían
sostenerme de la furia del viento, tuve que detenerme y cogerme fuertemente de
un poste que temblaba igual que yo. Aterrado ya sin tener que hacer, ni
decir nada, con la mirada escondida entre el poste y mi mano que la cubría; a
lo lejos escuché un leve murmullo que me llevó a intentar mirar el cielo, y
luego de varios minutos con dificultad pude observar un helicóptero que apenas
se podía sostener en el aire. Daba tumbos peligrosos en medio de un
panorama estremecedor y violento.
De pronto se escuchó una voz por
el altavoz que lanzaba un S.O.S ordenando: “Todos los ciudadanos deben
abandonar la ciudad en forma ordenada…” No escuché más, comencé a correr
desesperado, casi volaba, el pánico me había cogido completamente y corría y
corría, angustiosamente, hasta que doble por una calle hacia el lado derecho y
¡ Zaaas ¡ resbalé y comencé a caer por un túnel, angosto, oscuro, sin fondo,
grité, griteee… hasta sentir ahogarme en mi propia saliva y morir.
Desperté en la sala de un
hospital, completamente vendado de pies a cabeza con una máscara de oxigeno
conectado a mi nariz; a mi alrededor pude observar unos hombres vestidos de blanco
que me miraban, mientras uno me auscultaba con una estetoscopio, el que parecía
ser el jefe de los médicos. Al darse cuenta que qué había recuperado la
conciencia se aglomeraron a mi alrededor, me tomaron el pulso, me sacaron la
máscara de oxigeno y al fin me hablaron en un idioma que no entendía. Me
sobrepuse con esfuerzo y pregunté:
.- ¿Dónde estoy?
.- ¿Qué ha pasado?
Uno de los galenos al verme
angustiado, contestó en español:
.- ¡Estas en Florida, Estados
Unidos de Norteamérica…¡¡¡
.- ¡Eres el único sobreviviente
del avión que se accidentó hace tres días ¡¡¡
Me sobresalté en la cama y cómo
si una chispa eléctrica me tocara, me estremecí completamente, y comencé
a convulsionar. Había comenzado a recordar todo lo sucedido en aquel avión que
abordé, y especialmente de aquel sueño aterrador que aùn recuerdo, quise
sobreponerme pero un fuerte dolor en la espalda me paralizó; continué
llorando al recordar todo lo sucedido, mientras observaba por la ventana
a un pequeño colibrí que afuera en el jardín sobrevolaba como
tratando de ingresar.
Una de las enfermeras al verme con cara de moribundo, abriò la pequeña ventana còmo para congraciarse conmigo, en tanto yo de un sorbo intenso saboreaba el aire fresco que me repuso el alma.
Una de las enfermeras al verme con cara de moribundo, abriò la pequeña ventana còmo para congraciarse conmigo, en tanto yo de un sorbo intenso saboreaba el aire fresco que me repuso el alma.
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