PERFUME PERSONAL
He vuelto a oler el perfume perdido de tu traje, y me
pareció nuevo, seguramente por el tiempo trascurrido: esencia pura de flores y
maderas exóticas de insuperable fragancia y gusto refinado, característica tan
tuya, tan nuestra, que tiene un olor peculiar, inconfundible qué a kilómetros
podría identificar con el suave roce del viento, y aunque intentaras cambiar de
producto, siempre sabría probar que es el tuyo, cómo tu muy bien darías con el
mío.
Es que esa costumbre de olernos a plenitud a lo largo de
nuestro cuerpo: vestidos o desnudos nos ha desarrollado una suerte de olfato
perruno muy sensible que nos permite a lo lejos encontrarnos. No podríamos
alejarnos si acaso uno de nosotros tratara de huir cobardemente. Sería nuestro
perfume personal el mejor instrumento que contribuiría a la captura de uno de
nosotros. Acaso no lo has intentado más de una vez, cuando pretendiste
abandonar mi cariño, y tan pronto cómo te alejaste te encontré bañándote en un
río, ¿lo recuerdas? Fue tu aliento con sabor a pomarrosa el que me guió a tu
encuentro.
De esa fecha ya no los intentado porque al parecer te has
convencido que nuestro amor ha conjugado una suerte de fórmula secreta,
especial no sólo con el perfume que emana de tu cuerpo, sino con la tibia brisa
que baja de los montes, que al mezclarse ésta fluye por nuestros poros
desesperadamente hasta el corazón, siendo una especie de antídoto contra el
tiempo, y la inmortalidad fugaz que se diluye. Acaso no te has dado cuenta qué
cuándo miccionas, silenciosamente huelo a escondidas los residuos fraganciosos
que expelen tus deseos; excitándome hasta la erección de todos mis sentidos
comunes que nos aman, que al primer encuentro por más pequeño que este sea, se
funden con el calor electrizante del amor. Amor nacido de la primera mirada que
me diste una mañana tibia de marzo, cuando el sol aún bostezaba, y yo te miraba
absorto por la ventana de mi casa.
Fue inevitable, habíamos nacido para amarnos
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