EL ALGARROBAL
(Cuento)
¡No
tiren piedras! ¡No le tiren piedras a la niña Luisita!, grito enfurecida doña
Clara, levantándose del sillón en que cómodamente dormía la siesta; abrió la
reja blandiendo una rama de membrillejo con que espantaba los mosquitos.
-¡Fuera!
¡Fuera de aquí! Dejen a la niña Luisita.
Una
decena de irónicas carcajadas respondió a la anciana.
-Niña,
dice… ja, ja, ja… la niña Luisita.
El
grupo de mataperros con la bocas amarillas denunciando el robo de mangos en las
huertas vecinas tenían acorralada a “la loca”, mujer de estatura pequeña y
delgada con abundante cabello plomizo sujeto con largas espinas a manera de
peinetas, cuya figura recargada de colorines provocaba la hilaridad de los
muchachos, esta vez acobardados ante la intervención de doña Clara, la abuela
de los Ponce y los Morales: los niños ricos del pueblo.
Se
disgregaban los rapazuelos, por temor a la pudiente señora, más que por
compasión a la desvalida, dando paso a aquello que 40 años atrás quedó
esculpido en las cortezas de los árboles donde se agitaron las vidas de
quienes, rozando unas veces, y otras a la sombra de ellos, fueron dejando las
vibraciones de sus canciones y sus risas, sus esperanzas y sus derrotas,
impregnadas, o más bien adentradas al corazón de los troncos añosos. Un puñado
de vidas discurrieron en ese enorme campo apretujado de algarrobos hasta donde
voló la imaginación de doña Clara, hablando ya sin temor de ser oída, pues de
todo aquello sólo quedaba ese guiñapo: “la loca”.
--------------------------
“Manuel
Méndez, el sólo pronunciar su nombre otrora equivalía a decir dinero, estirpe,
poderío. Dueño de casi todo el valle; las 4 haciendas más importantes eran
suyas, el mejor ganado, los trabajadores más expertos a su servicio. Un hogar
confortable heredado de sus antepasados, provisto de gruesas palanganas y
jarras de plata bien pulida; un enorme cofre forrado en cuero instalado sobre
un poyo en el rincón de su alcoba, en el que relucían en miliunanochesca
profusión perlas, brillante, zafiros, etc., engarzados en collares o en gruesas
pulseras y dormilonas, motivo de vanidad para el afortunado poseedor de tal
joyero, que como parte de los agasajos a sus visitantes se contaba la
demostración de las joyas. Una esposa
bondadosa, doña Mercedes Flórez, de vida ajustada a la ley de Dios y dos hijas
hermosas con la alegría festiva que imprime la vida campesina, conformaban el
potencial afectivo del dueño de “Antibal”.
Ardua
labor para don Manuel la de encontrar partido para María Luisa y Rosa María,
las “niñas de sus ojos”, difícil, por ser él tan encopetado, como que era
descendiente directo de don Gaspar Méndez de Liñán, noble español de rancio
abolengo, cuyo enorme retrato ocupaba sitio preferencial en la cuadra,
constituyendo su mayor satisfacción mostrar aquella pintura de rostro alargado
y enormes patillas negras, que, desde el cuadro, sonreía escuchando los
elogiosos y falseados comentarios de su orgulloso descendiente.
Envanecido
de su origen, miraba por encima del hombro a quienes no ostentaban título
nobiliario. Fatuo, intolerante: “ojo por ojo, diente por diente” escucharon más
de una vez los allegados a “Antibal”.
Todo debería marchar en línea recta y ¡ay! del que cayera en falta,
equivalía a verse alejado para toda la vida de aquellos lares; única
alternativa en este caso: marcharse lejos o sufrir las hostilidades de ese
hombre tan severo, más que severo, cruel.
De
tiempo atrás se mantenía alejado de Renato Guzmán, dueño de un pequeño fundo
colindante; exento de prosapia distinguida, de cofre de alhajas heredado y del
peso de la desgracia ajena… poseedor sí de la cultura que le faltaba al vecino.
En sus mocedades tuvo éste la osadía de pretender a Margarita (una de las
cuatro hermanas que se quedaron solteras, por haberlas requerido hombre de
linaje inferior) o más bien –al decir de la gente- por las intrigas del
ambicioso don Manuel, que lo hicieron dueño absoluto de las cuatro haciendas.
-“Un
cualquiera, sin ascendencia de godos ¡no faltaba más! ¡un forastero! Un
pobretón que lo trajo mi padre para llevar la contabilidad de la hacienda” –
gritaba furioso- “100 veces es preferible que se quede soltera”, y así fue,
Renato Guzmán se unió a otra, en cuyo matrimonio tuvo dos hijos que estudiaban
medicina y derecho en Lima. Todas las
fatigas del laborioso hombre estaban encaminadas al exclusivo fin de verlos un
día convertido en señores profesionales.
------------------------------
El
fuerte odio de Manuel Méndez, retribuido por el colindante, les impidió volver
a mirarse las caras, desde 25 años atrás, en que discutieron por el deslinde de
sus tierra, acudiendo entonces Renato a la fuerza pública, conocedor del
talante de su contrincante, única forma de hacer respetar sus derechos; injuria
que no alcanzó perdón, ni siquiera fue atenuada por el correr de los años. La insolencia de haber buscado en la justicia
solución a las diferencias surgidas entre ellos la juzgó falta de tal magnitud
que no pudo olvidar y una tapia bien alta separó desde ese día los linderos
señalados por la ley a cada uno de los litigantes; más alta aún la muralla
alzada para siempre entre esas dos vidas.
Ambos traficaban diariamente por el algarrobal, camino obligado para
salir a la carretera, pese a lo cual, ni ellos, ni los suyos, volvieron a
mirarse. Los peones al servicio del rico
tenían también el respectivo grado de superioridad sobre los que trabajaban
para el menos favorecido por la suerte.
La
apacibilidad del algarrobal revolucionada por el devenir de los años, daba paso
ahora a los hijos de ambos llenando de alegría su espesura…
Muchas
veces se encontraban en ese trajín incesante, sin que el arraigado desprecio
imbuido por sus progenitores les permitiera mirarse.
A
la casa de las Méndez llegaba la flor y nata de los alrededores. Rosa María era la elegida de Francisco Gómez,
el hijo del hacendado de “Tabón”, pretendiente que contaba con la anuencia de
don Manuel.
¡Un
muchacho decente!, repetía frotándose las manos, ¡con bastante plata! ¡Esto es
un buen partido! … Ya llegará otro igual para mi Luisita, tan alhaja como su
hermana.
Las
6 de la mañana sonaron en ese reloj colgado en el mismo sitio, desde que don
Manuel pudo mirar y allí prendido precedía el tráfago de los moradores que se
iban sucediendo; el sonido de esa campana los empujaba unas veces y otras los
detenía…
---------------------
Mañana
luminosa, en la que sólo se escuchaba el crepitar de las hojas bajo las pisadas
de Luisita encaminándose al corralón, en busca del caballo que la llevaría a
aumentar la cabalgata de ese paseo a “Las Lomas” y, extraño le pareció ver
venir en sentido opuesto, junto a don Renato, un mozo de figura flexible, alto
más bien; debe ser uno de los hijos que estudian en Lima –pensó- y esta vez
sintió curiosidad de mirar a los “despreciables”. El destino acababa de reconciliar en ellos a
sus antecesores. Ambos ocultaron su falta.
Llegó el día en que Renato, como todos los años, retornó a continuar sus
estudios.
------------------------
Fiesta
grande en “Antibal”, se festejaba el matrimonio de Rosa María. Alegría contagiosa, alegría campesina que
brota del hondo del corazón y prende fácilmente en todos los labios,
repiqueteando, trasmitiéndose sonora en risas francas, jubilosas. Brindis
incesantes por la novia presente y por la futura…
-Ahora
falta Luisita ¡por ella!
La
alusión fustigó el rubor enrojeciéndole la cara. Muy cerca estaban los ojos de Carlos Ríos
quien con frecuencia le venía hablando de su amor. Por otro lado los conceptos
elogiosos de su padre:
-Ahí
está, Carlos es un gran muchacho, con una gran hacienda, agricultor como su
padre, me gustaría para ti.
Luisa
conocedora de la tenacidad del autor de sus días cuando trataba de llevar
adelante sus proyectos, prudentemente calló.
Un cerco de hierro la ajustaba fuertemente, dos hombres exigían su
decisión, hasta que una tarde resolvió don Manuel por sí solo:
-Bueno
Luisita, he consentido en tu matrimonio con Carlos, ¿qué mejor partido quieres
hijita? ¡Excelente muchacho! La juventud se va pronto, no te vaya a pasar como
a tus tías que por tanto escoger se quedaron las cuatro solteras. Ya está todo
arreglado para los primeros meses del año entrante.
La
presión de ese hierro candente con que marcaban el ganado de su padre, la
sintió en carne propia, el dolor la enderezó violentamente saliéndole al
encuentro con los puños crispados:
-¿Por
qué me he de casar con Carlos si no lo quiero? ¿Por qué? ¿Por qué eres tan
malo?
Manuel
Méndez quedó paralizado ante tan insubordinada reacción. La actitud equivocada de su hija despertó en
él un sentimiento de conmiseración que lo impulsaba a prodigarse en frases
benévolas:
-Mira,
hijita, tú tienes 19 años y no sabes lo que te conviene para eso estamos los
padres; aprende de tu hermana que siguió mi consejo y ya ves lo feliz que
está. La mano extendida intentó
acariciarla, ante el rechazo de Luisa que huía igual al venado cercado en la jauría,
Manuel Méndez se rascó la cabeza.
-Vaya,
vaya, ¿qué le pasa a esta muchacha? La culpa es de Mercedes que la engríe
tanto.
Luisa
abrazada a su madre gritaba con toda la fuerza de su rebelión interior:
-No
me casaré con él ¡no lo quiero!
La
bondadosa señora –sin mayores alcances imaginativos- se empeñaba en consolarla:
-No
te pongas así hijita, no es para tanto, no contraríes a tu padre, ya conocer
como es ¿por qué no te gusta Carlos? ¡Tan buen muchacho! Con tan buena
situación económica. Poco a poco lo irás
queriendo y muy cerca del oído deslizó la frase posible de tranquilizarla: Así
me casé yo también… Clara, prepara una tacita de cedrón para la niña – ordenó
doña Mercedes-. Eso te hará bien hijita, estás nerviosa.
No
se hizo esperar el ingreso de una taza humeante en las manos de Clara.
-Toma
niñita, es una gran cosa para el corazón.
La
señora miró con desagrado a la intrusa, ordenándole en tono acre:
-Anda,
vete, nadie ha pedido tu opinión.
La
figura de Clara se perdió a lo largo del patio repitiendo entre dientes:
¡Canallas! quieren casarla contra su voluntad ¡pobrecita! A partir de ese día
se convirtió en aliada de la niña. Los problemas de esa casa eran suyos
también, los tomaba así porque no conoció otro hogar que ese. Al morir su
madre, una de las muchachas que servían allí; ella quedó de pocos día de nacida
y fue doña Merceditas quien se preocupó de hacerla crecer. Injusta sería si se
quejara; en sus años de infancia asistió a la escuela del pueblo. Siempre tuvo todo lo que necesitó y ahora lo
estaba señalado Máximo Morales, el mayordomo, para desposarla; menos mal que
crecieron amándose y esta unión sería la legitimidad para seguir unidos.
----------------------------
Los
enormes vasos ordenados sobre la mesa y don Manuel con el sombrerón en las
manos abanicándose incesantemente, indicaban el retorno del verano. Proverbial era ese ante preparado por las
manos de doña Mercedita, para esto a los
árboles de tumbos y guanábanas se les dispensaba cuidado preferencial por ser
frutos irremplazables en la preparación de aquella bebida. Allí se veía sentada
al ama de casa durante las primeras horas de la mañana delante de una mesa
repleta de fruta olorosa y madura, que poco a poco quedaba convertida en
cuadritos simétricos; 4 ó 5 enormes fuentes se utilizaban en la preparación de
la consabida bebida destinada a saciar la sed de moradores y visitantes de
“Antibal”.
----------------------------------
Volvió
el verano con su pujanza arrolladora y bajo los algarrobos se volvieron a
encontrar. Ella le contó la verdad, la
inhumana verdad: era la novia de Carlos Ríos ¡no lo pudo evitar! Su padre
disponía de la voluntad de toda la familia. Renato se rebeló:
-¡No
lo toleraré! huiremos, te llevaré a Lima, nos casaremos allá.
La
propuesta fue un destello de esperanza en su descorazonamiento.
----------------------------------------
Una
inquietante sospecha obligaba a Clara a vigilar. La evidencia estaba
descartada, pero ¿quién sería? hasta que esa noche resolvió seguirla. Satisfecha su curiosidad quedó estupefacta:
se reunía con el Renato, el hijo del “despreciable”. El secreto fue guardado
como propio.
------------------------------------------
Eso
que Mateo, el seguidor de agua, le dijo en la mañana tenía meditabundo a don
Manuel:
-Están
penando patrón, a la madrugada una sombra cruza por el algarrobal y se pierde
por la tapia de don Guzmán, unas veces pasa a caballo y otras a pie, los pelos
se me ponen de punta patroncito ¡achichi! hazme reemplazar.
Manuel
Méndez quedó inmóvil, callado.
La
duda que infiltró en su mente la narración de Mateo lo tenía insomne. A través
de sus años de existencia se había extralimitado en crueldad. Un descontento
enorme lo embargaba ahora que la memoria se obstinaba en verificar un reajuste. La verdad se erguía, pese a su costumbre,
diríamos más bien, al hábito de acallarla, la conciencia lo estaba
acusando. Efectivamente, más de uno
murió por su culpa ¿cuál estaría penando? Se resolvía en la cama sin poder
conciliar el sueño atormentado por recuerdos a los que antes no diera
importancia. ¡Bah! Fue gente sin ningún valor; mejor sería levantarse para no
pensar. Cogió su revólver y bajó al camino. Una secreta fuerza lo empujaba y su
pensamiento escapó a media voz:
-Veremos
si yo también veo la sombra que pasa.
Un
rumor de voces quedas lo detuvo; aguzó el oído avanzando anhelante y frente a
él, Luisita como ánima del otro mundo.
-¡Perdón
papacito, yo tengo la culpa!
El
revólver brillaba a la claridad de la luna.
-Con…
con “ese”, con el hijo del “despreciable”, ¡qué vergüenza!
Dos
tiros bastaron para cercenar las ilusiones de su hija. Clara que siguiera sus
pasos se hizo presente.
-¡Mi
señor! ¿Qué ha hecho?
-¡Silencio!
Y ay de ti que cuentes lo sucedido. Cuida al muerto, voy a traer una manta para
cubrirlo. Atónita la muchacha miraba a Luisa dialogar con el cadáver. En el
caballo de Renato y con la ayuda de Clara, Manuel Méndez acondicionó su macabra
carga; caminó hora y media hasta llegar al rugiente río que lo liberaría de
ella; ese río que para todos arrastró ese año una vida útil: al hijo de Renato,
a Renatito que estudiaba medicina y solía venir a pasar vacaciones al calor del
hogar.
-----------------------------------
Las
frases de condolencia de allegados y amigos distraían un tanto a Renato Guzmán
del desconsuelo que lo embargaba. Allá
en un rincón de la sala se retorcía las manos: ¡Pobre mi hijo! ¡El Santo se lo
tragó! No sé porque se empeñaba en seguir el agua, si había quien lo hiciera
¿pobrecito! Ni su cadáver se encontró;
confiaba en que el zaino nadaba tan bien y esta vez la palizada los envolvió a
los dos.
---------------------------------------
Años
en blanco para Manuel Méndez, años de tristeza curando a Luisita que sin causa
justificada perdió la razón; viajes a Lima; largas estadías; regresos
intempestivos con los ojos de su hija mirando siempre el vacío.
Se
eclipsaba la vida del dueño del “Antibal”, corrió la noticia por todo el valle.
Máximo
Morales, el mayordomo, en voz baja enteraba a Damián:
-El
patrón se muere, hace tres días que está en agonía y no puede llegar a la
presencia de Dios, dicen que necesita ser perdonado… ¿por quién será? Y ante la
expectación general fue Renato Guzmán, la persona que pudo darle maravillosa
gracia de la serenidad para partir. Fue el “despreciable” quien después de
escuchar estupefacto su crimen lo reconfortó con palabras de perdón, de
esperanza en la magnanimidad del Señor.
El
esplendor de “Antibal” tocó a su fin. El marido de la niña Rosa María a quien
no le gustaba vivir en el campo, vendió todo a precio irrisorio para adquirir
propiedades en Lima, aprovechó entonces Máximo Morales, casado con Clara, para
comprar esas 50 fanegadas que años después lo hicieron nuevo rico.
Esas
tierras que se sucedieron por más de dos siglos como legado de honor, pasaron a
manos de forasteros, agricultores modernos sin amor a ella, inteligentes en su
explotación. Las hectáreas cubiertas de algarrobos fueron convertidas en
toneladas de carbón; los tractores reemplazaron a los bueyes y los automóviles
a los caballos, pero, en el mes de marzo cuando la luna ilumina aquella
extensión que fuera el algarrobal, pasa siempre corriendo Renato Guzmán.
La
rama de membrillejo vibró en el aire inútilmente ya. El grupo jolgorioso de
desarrapados la miraban con los ojos húmedos y la risa ausente de los labios.
Estela Farromeque
(Del libro: "En el cause del Santa")
Escritora casmeña de fina estirpe
No hay comentarios.:
Publicar un comentario