UN
ATARDECER EN TORTUGAS
Una bandada de gaviotas revuelan
el cielo seguidas por unos gauchos viejos que se alejan cansados de la bahía
verde esmeralda de Tortugas, en tanto el sol se difusa por el firmamento opaco
que la niebla cubre y la luz apenas brilla por entre las islas que se anteponen
a su cotidiano morir.
Las aguas levemente calmadas
chocan entre los riscos y acantilados que la rodean, no hay el estruendo característico
del oleaje agitado que a veces sorprende a los hombres del mar.
Hoy es un día calmado que
hace que el espíritu se solace y la inspiración aflore, inspirando aire fresco
y nuestros ojos puedan recrearse contemplando el hermoso que se divida desde lo
alto de un promontorio estratégicamente ubicado.
A lo lejos pequeñas
embarcaciones se acercan y cruzan el brillo bandado de un sol moribundo que se resiste a dormir su
jornada. Son los pescadores de “pinta” los últimos en llegar, ya los demás están
fondeados en su lugar habitual.
El silencio se trastoca
cuando el motor de uno de ellos ruge repentinamente junto al aletear de una
gaviota perdida que parece que llora.
Es la tarde cotidiana que ha
muerto una y mil veces todos los días de nuestra vida, y sigue muriendo para
luego vivir para nosotros como si fuera ayer, mientras tanto la inmensa bola de
fuego se va aquietando, ya no brilla, palide en su estertor agonizante para
luego lentamente sumergirse en el límite lejano del mar, cómo si cayera del
cielo.
De pronto la oscuridad asoma
sus ojos invisibles, sin anunciarnos que la noche viene detrás de su velamen delgado,
fino que lo cubre todo, dejándonos luego en la más completa oscuridad.
Estamos en un nuevo día, y
la rutina se repite nuevamente…
Tortugas,
26 de abril del 2011.
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